«El más costoso perfume
no cubre el acre olor de la sangre derramada,
ni el más costoso bálsamo puede curar la herida
que ha rasgado no la piel sino el alma del hombre.»

Debías caer muy profundo,

para así poder impulsarte

y salir finalmente a La Luz.

Mensaje dirigido por Emmanuel…

Querido hermano:

Después de tanto tiempo de no escucharte,
de sentirte alejado de mi seno como la barca de la orilla,
hoy finalmente has vuelto hacia mí tu faz.

Pero qué hermosa, pues ahora en ella no hay dudas,
ni aquel rictus de angustia que marcaba tu bello rostro
el día en que te marchaste.

Recuerdo tu furia y tus dudas,
y cómo sacudiste el polvo de tus sandalias
mientras repetías:

¡No más, No más!

Debías irte muy lejos, hermano,
para poder verte y aceptarte.

Debías caer muy profundo
para así poder impulsarte
y salir finalmente a La Luz.

Sé que por un momento
sentiste que te había abandonado,
que había vuelto mi faz y había alejado mi corazón de ti.

¿Recuerdas cuando ambos caminábamos
por las polvorientas calles de nuestra juventud?

¡Cómo no dejaba de maravillarnos mirar el rostro
de la gente, mientras se dedicaban a sus quehaceres,
aun cuando estuvieran sumidos en el dolor
o en la pesadumbre!

¿Recuerdas cómo nos asustaba la cercanía del dolor,
cómo jugábamos a no saber que en poco tiempo
nos alejaríamos y no volveríamos a vernos,
al menos con nuestros ojos mortales?

Ambos sabíamos en aquel momento
que uno de los dos iba a sufrir,
que uno de los dos sentiría el dolor, la humillación, el odio
y le preguntaría al Padre
en medio de una gran congoja y de atroces dolores:

¿Por qué me has abandonado?

Ambos sabíamos
que sólo puedes alcanzar la plena paz,
cuando has vivido los extremos de la tormenta
y alcanzar la misericordia absoluta,
sólo después de haber perdonado
la mayor de las humillaciones…
la más grande de las heridas.

Tú, mi dulce bien Amado hermano…
muchas veces deseaste cambiar mi sitio
para evitarme el dolor…
y yo muchas veces te dije…
que así debía ser.

Triste, tú presenciaste mi agonía
y contemplaste alborozado
cómo del cieno vil del cuerpo humano
nacía el cuerpo de gloria
hecho a imagen y semejanza del Padre.

Esta vez mi bien amado
fui yo quien contempló tu caída,
fui yo quien te vio dudar
y negar tu verdadera esencia,
fui yo quien te contempló llorar
y escuché de tus labios aquel…

¿Por qué me has abandonado?

Al igual que tú,
me entristecí con tu dolor,
pero sonreí cuando al fin
te vi desplegar tus alas,
bajar tu orgullosa cerviz…
para decir así,
de corazón y sin dudas:

«hágase en mí según tu palabra.»

Esta vez sin condiciones, ni conflictos,
ni falsas esperanzas…
yo te di la misión de apacentar algunas de mis ovejas,
yo te di el don de calmarlas
con el dulce sonido de tu voz.

Yo sé quien eres
y ahora finalmente, ya lo sabes tú.

¡Qué felicidad que los hermanos
se hayan reunido finalmente!

Yo te llevaré por montañas escabrosas
y te haré cruzar ríos desconocidos,
pero esta vez tu fuerte mano
no temblará ante lo duro del paisaje o lo pesado de tu pena.

Esta vez hermano mío, eres libre y has consagrado
esta libertad con plena fe y absoluta confianza
en hacer regresar mi rebaño
que ha sufrido las horribles muertes de la separación y la duda,
hasta los siempre verdes prados de la casa original.

Tú los guiarás a través del bosque tortuoso de ideas,
frases, ideologías y credos.

Tú los calmarás cuando las dudas,
las falsas ilusiones de los falsos profetas
y las falsas creencias
los atemoricen en el desierto.

Tú nuevamente les repetirás:

Que el único Templo que deben edificar para sí mismos
es el Templo Vivo de sus cuerpos gloriosos
y que el único mandamiento que deben respetar
es aquel de…
Amarse mutuamente y a sí mismos.

Tú les dirás que no importa el nombre
con que clamen al Padre…

Éste es —siempre— el mismo Padre.

Que ya no tiene ninguna importancia sus orígenes
o el vulgar disfraz con que hayan adornado sus egos,
pues ante la vista del Padre no existe tal como
un ego o un yo separado de su esencia.

Tú les hablarás del Amor Universal y único
que debe estar presente
en cada instante de sus vidas terrenas
y los llevarás con paciencia, ternura y fe de regreso al hogar.

Les dirás que el día en que partieron para hacer sus vidas
pretendiendo separarse de la mano guía del Padre,
éste no les dijo adiós,
sólo susurró un dulce… ¡Hasta pronto!

Porque sabía que regresarían,
que tenían la facultad de pensar y decidir,
de ejercitar su libre albedrío,
que tenían la facultad de enfermarse y sanar,
de dudar y creer, de caer y levantarse…
tantas, tantas veces.

Que muchas veces sus ojos verterían lágrimas
y serían Sus manos quienes las secarían.

Porque sólo viviendo
el horrible tormento de la separación,
sintiendo en sus propias carnes
las heridas causadas por los monstruos que sus egos
crearían para atraparles en el mundo de los sentidos
y la falsa comodidad de sus mundos… sólo así,
un día verían por encima de sus hombros.

Y entenderían que el más costoso perfume
no cubre el acre olor de la sangre derramada,
ni el más costoso bálsamo puede curar la herida
que ha rasgado no la piel, sino el alma del hombre.

Sólo así verían que el más suave lecho,
es una piedra comparado al descanso en los brazos del Padre
y que el más grande acto de amor de cuerpo a cuerpo,
es sólo carne, es sólo nervios e intelecto,
porque no hay amor más grande
que aquel que proviene de la fuente del amor.

Bienvenido hermano a la senda, a tu camino.

Mi casa nuevamente espera
que tus cansados pies se acerquen a mi puerta.
Y mi amor
que nunca ha sido ni más grande
ni más pequeño,
espera aquí, en el dulce espacio de un abrazo,
para acunarte, secar tu sudor y sanar tus heridas.

Hermano,
ama a mis ovejas, no veas sus colores, ve sólo su esencia
y cuando necesites de mi presencia
sólo acalla tu voz…
y escúchame
en el rumor del viento entre los árboles,
en el trino de los pájaros
o en la voz de tus amigos…

Pues entre tu corazón y el mío,
entre tus pasos y los míos,
entre tu amorosa
y vigilante mirada de pastor y la mía…

Nunca ha existido la distancia.

Te quiere ahora en La Luz y la Paz del Padre.

Tu hermano,

Emmanuel.

Juzgamos por lo que no nos dieron.

Nunca por lo que no dimos.

Jose Narosky

Salir a la luz

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