«Si deseas miel, da miel…
para que recibas miel.»

Déjate ser niño, déjate sentir como niño

Mensaje dirigido por Emmanuel…

Querido hermano:

Aquí la primavera se ha hecho presente con una
presencia multicolor difícil de imaginar allá frente al mar,
donde pasamos tantas horas de animada conversación
y contemplación de lo que en su momento
nos pareció el límite de nuestro universo.

Es tan fácil para el hombre pensar
que el mundo se acaba allí,
donde puede su ojo ver el horizonte…

Pero cuando nos hacíamos a la mar
en nuestras pequeñas barcas
y mirábamos con los ojos las costas lejanas
e intuíamos más allá la presencia de un mar ilimitado y azul, comprendíamos que los límites
sólo existían en nuestras mentes y en nuestros ojos,
no en la realidad que nos circundaba.

Era difícil imaginar una primavera como ésta
que hoy se extiende ante mí, allá en nuestra tierra
limitada por un lado con el desierto, por el otro el mar.

Para nosotros la primavera era corta en el desierto,
pero era tan hermosa que bastaban esos pocos días
de luminosidad y color para alegrarnos.

Celebrábamos aquella efímera belleza,
el olor de las flores, el zumbar de las abejas
que escondían en las peñas sus panales pletóricos de aquella miel
espesa y oscura que era tan apreciada por nuestros hijos.

La tierra se nos brindaba aquellos días sin ningún egoísmo,
nosotros tomábamos la dulce fruta del cactus,
la enorme flor olorosa,
y se acercaban a los abrevaderos
la diversidad de animales
a calmar su sed y a jugar en sus aguas.

Sí, la vida en aquellos días era una fiesta
y realmente disfrutábamos de aquella fiesta sin decir
este trozo de la fiesta es mío y aquel es tuyo.

¿Quién podía poner limites
a la pródiga entrega de la tierra y su belleza?

Sonreíamos y sólo los más oscuros de pensamiento
ponían frente a nuestra alegría sus juicios
acerca de la corta duración de todo aquello.

Eran los profetas de triste mirada
que al mirarnos sonreír nos decían:

¡Cuán poco dura la felicidad en la casa del pobre!

Y también:

Disfruten cada momento,
pues bien poco ha de durar esta felicidad.

Muy pronto la verde hierba desaparecerá…
de la flor y del abrevadero y de todo esto sólo quedará polvo
que el viento regará sobre la tierra
y lanzará contra nuestros ojos, haciéndolos llorar y enfermar.

Así era nuestro querido Simal,
aquel, cuya sonrisa era escasa como el oro
y triste cuando se daba, como el gesto de la viuda.

Recuerdas aquella tarde de primavera cuando coronados
con juncos, tus hijos retozaban por la orilla del mar,
allí cerca de donde el amado Simal cosía sus redes,
y él, lejos de auparles en sus juegos les decía:

Gozad, gozad ahora que sois niños
y no sabéis lo duro de la faena,
ni lo triste de la enfermedad,
ni el viejo dolor de la viudez…

Bien pronto pasará vuestra infancia, os haréis hombres
y comenzaréis a sufrir
hasta el último de vuestros días…

Yo lo escuchaba mientras arrastraba las redes a reventar
y tú corrías a la orilla a abrazarlos
y cubrirlos de bendiciones…

Ellos, al verme, se acercaban a mí,
al igual que los otros niños que llegaban a la playa,
siempre buscando el trozo de miel endurecida
o la concha marina de extraño color
o cualquiera de aquellas cosas
que guardaba en mis bolsas para ellos.

Y dijo Simal:

Niños, dejadlo,
no veis que está cansado de tanto trabajar,
además es un Maestro
y su presencia
no es presencia de amigo de juegos para un niño.

Yo le miré con simpatía y grité:

Ea, «dejad a los niños venir a mí»,
pues sólo ellos viven en el Reino del Padre por completo
y es de ellos y de los que sienten como ellos
y de los que se vuelven como ellos,
de quien es el Reino del Padre.

Pues todo aquel que piense que al crecer deja de ser niño,
aleja de sí su niño interior, niega para siempre
su niño interior y ve la vida como una tragedia, entonces
enfrentará la vejez con amargura negando su segunda inocencia
y abandonará la vida en medio de rabia y clamor de justicia…
éste ser no vive en La Luz, ni es hombre despierto.

Pues el hombre despierto es tal como un niño
que mira la mañana y dice:

Madre, has visto cuán hermoso está el día…
y así agradece con alegría inclusive cada caída,
pues se levanta y dice:

¡Mañana tendré cuidado de no caer en este sitio!,
limpia sus ropas y continúa su camino.

Es el hombre despierto manantial
de sonrisa sincera, de abrazo sincero y de amor sincero…
se da en el abrazo y se da al compartir el pan.

Así como estos niños abrazan mis piernas y me llaman Aba*,
así abraza el hombre despierto a la vida,
llama Aba al Padre y hurga en su bolsa…
para hallar alguna nueva maravilla que agradecer cada día.
El hombre despierto al irse lo hace en paz
y como un niño se pregunta:

¿Qué de nuevo traerá el camino
que ahora comenzaré a caminar?

Y le dije a Simal:

Vamos Simal, alegra ese rostro.

De tu saber y tu valía nadie tiene dudas,
pues no es el hombre sabio hombre amargo de palabra dura.

Antes bien, mientras mayor sabiduría anida en el hombre,
más amplia es su sonrisa, pues entiende entonces
que cada suceso de la vida deja una enseñanza y acepta la misma
como el estudiante dispuesto a la explicación de su Maestro.

* Padre.

En un eterno aprender pasa su vida agradeciendo amoroso
cada nueva lección, sabiendo que cada una de ellas
trae a su mente más sabiduría y más alegría a su corazón.

No puede ser de otra forma la vida,
pues es don purísimo de Luz y amor…
y como un don debe ser disfrutada,
reverenciada y amada,
viviéndola en su totalidad,
respetando siempre la plenitud del hermano
en perfecta conciencia y Luz.

La tristeza se hará presente en tu vida, pero no vuelvas
esa tristeza traje oscuro con el que pretendas tapar el Sol.

Antes bien, de cada tristeza saca aquello que te enseña,
luego, en el más oscuro de tus momentos…
no temas, ni te avergüences,
ni te detengas ante el juicio de los demás si deseas sonreír,
pues si así lo hicieras…
ya habrás aprendido de la enseñanza
que esta tristeza te ha dejado.

Si es por una despedida,
tu sonrisa te dirá que el perdón ha privado sobre el egoísmo,
te ha mostrado lo hermoso del ser del que te despides
y del bello tiempo que pasaste junto a él.

Si es por una pérdida,
sabrás que tu corazón ha perdonado la pérdida
y se ha enrumbado hacia un nuevo encuentro.

Si es por un dolor profundo de vida
y tu rostro sonríe de corazón,
ya este dolor se ha hecho más pequeño
y se quedará la sonrisa como un recordatorio
del día hermoso que seguirá al dolor.

Deja que tu sonrisa salte de piedra en piedra,
de caída en caída,
como lo hace el agua en el manantial.

Déjala fluir después de las lágrimas,
no la niegues al amor,
al amigo, al hermano que a tu portal acude,
pues es ella ofrenda de paz y amistad
y no debes ocultarla,
pues es como luz de Sol,
que alumbra la pesadumbre
y como luz de Luna
que hace más sencillo el camino en la noche.

Déjate ser niño, déjate sentir como niño.

Acércate a mí, así con resplandor de niño,
para que mi abrazo no tropiece con juicio de adulto
o con límite de adulto o con temor de adulto.

Y cuando hables al Padre,
desde allí, desde tu hogar interior, precioso, dulce y tibio…
hazlo como un niño
que pide a su padre explicación, amor y ayuda.

Si no es tu intención pura
como la intención de un niño,
tu pensamiento luminoso como pensamiento de niño
y tu acción libre de segunda mirada, como acción de niño…
las palabras al Padre saldrán de tu boca
como palabra aprendida de memoria
y no dejarán en ti sentimiento de alivio,
ni saldrán de tu amor,
ni brillarán en tu sombra.

Y qué sentido tiene
que un hombre se dirija al Padre
para pedirle ayuda en su misión,

explicación de su misión,
y amor para con su misión…
si no lo hace con las palabras propias
que de su boca salen…
si sólo se limita a repetir la vieja fórmula,
que no significa nada porque no vibra en su interior
como la palabra fresca del alma.

Aunque una vieja plegaria o un viejo himno
suenen hermosos en tu boca y agradables a tu oído…
el rezo es sólo un vetusto recodo de tu camino,
mas no tu camino.

Deja que tu camino siga bajo La Luz,
recórrelo con confianza en tu Padre
y con ligereza en tu alma.

Quién de nosotros no ha sentido tentación de decir:

¡Ea niño, juega lejos, que perturbas mi reposo!

Pero cuántos recordamos, de pequeños, la necesidad
que sentíamos de nuestro padre, de nuestra madre.

Es por eso que antes de alejar al niño,
debemos deponer nuestras armas de hombre
y dejar que ese pequeño ser,
que aún se asombra con las historias mil veces repetidas
o con la mariposa que vuela entre los olivos…
salga y juegue con nuestro hijo.

Pues cuando ya no estemos a su lado
y el niño ya vuelto hombre mire hacia sus recuerdos,
hallará dulce en su mente
la evocación de las tardes de juegos con el padre
o la fresca mejilla de la madre bajo sus labios.

¿Y quién, si no, es el Maestro,
más que un padre de incontables niños?

¡Nosotros nos llamamos Maestros
y pretendemos rehuir de nuestros niños!

Siempre debemos recordar nuestra niñez,
guardarla como trozo de panal en el puño…
para endulzar con su recuerdo nuestras horas oscuras.

¡No es señal de debilidad la sonrisa,
ni es falta de respeto la caricia!

Son las leyes rígidas
aquellas que el Padre llamó cadenas,
las que no debe el hombre portar.

Si es así, en verdad te digo,
que es el más triste de los hombres
aquel que pretende encadenar la risa libre de un niño,
su pensamiento y su juego.

Pues si así lo hiciere,
estaría condenando al niño a la amargura…
y nunca lo amargo debe llegar
a la boca pequeña y ansiosa de ese brote de primavera
que es cada niño.

Para el Padre somos todos pequeños
que claman por su refugio en la tribulación.

¿Crees tú que desearía Él,
darnos a comer trozos de hiel
en lugar de pedazos de miel
para nuestra felicidad?

Si deseas miel, da miel… para que recibas miel.

Te ama,

tu hermano,

Emmanuel

Sólo callando podemos oírnos.

José Narosky

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