El Despertar

«Cuando entendió esto, cuando vio con sus propios ojos despiertos
que cualquiera puede arrebatarle una oveja, pero que nadie
podía darle la paz a su espíritu, inició poco a poco a cuidar
sus bienes comenzando por el más preciado de todos:

Su vida y su paz.»

Despertar

Mensaje dirigido por Emmanuel…

Queridos hermanos:

Sé que hay aún muchas dudas dentro de sus corazones,
sé que es muy grande el compromiso que asumirán
en el momento en que decidan, cada uno por sí mismo
y en plena conciencia, aceptar el despertar como única vía
de crecimiento y de preparación para el cambio por venir.

Hace muchísimo tiempo, pude ver un día a un hombre
que caminaba entre sueños.

Este hombre seguía la senda que a diario recorría
entre su casa y el prado en el que cuidaba sus ovejas
con los ojos cerrados y sin ver los obstáculos que
ante él se presentaban, pero aún así dormido seguía su senda.

Y cuando al fin regresaba a su hogar, sus pies estaban heridos,
sangrantes y su rostro contraído en una mueca de dolor.

Volvía entonces a su lecho y al despertar se hallaba herido.

Durante muchos años acusó a los espíritus inmundos
o al alma de enemigos fallecidos, de esta su dolencia,
sin percatarse de que era simplemente fruto
de su andar dormido… ¡en inconsciencia!

Este hombre al que yo había visto con mis ojos
caminar dormido, se presentó un día ante mí
y postrado me suplicó lo liberara del mal que le aquejaba.

Habló de hechizos y traiciones, de pócimas envenenadas
y brujos malignos, acusó a sus vecinos de su desgracia,
al mundo, a la Luna, a todos los que su mente
inconsciente y febril le presentaba como posibles enemigos.

Luego de oírlo, le conté lo que mis ojos
habían visto unas noches atrás.

Le relaté el tropiezo de sus pies descalzos
y los desgarrones que las plantas espinosas hacían en su rostro.

Le expliqué cada uno de sus pasos
en la oscuridad de la inconsciencia…
y él, embelesado me escuchaba y dudaba.

Aún así le dije:

Esta noche te seguiré y tus amigos también y pondremos
tinta de sepia en el camino, para que al despertar
sepas que fueron tus propios pies los que allí te llevaron.

Así fue y el hombre hizo el mismo trayecto.

Al despertar en la mañana halló sus pies manchados
de tinta de sepia, salió al camino y siguió sus propias
huellas hasta el mismo prado, donde noche tras noche
su preocupación inconsciente le llevaba
para cuidar de sus imaginarias ovejas.

Y lloró,
pues supo que en esa inconsciencia
había insultado a tantos,
herido a tantos,
blasfemado tanto
y había buscado la ayuda de brujos y doctores…
cuando lo único que debía hacer
era asumir su paso inconsciente
y tratar de despertar.

Luego de muchos meses de dedicación y observación,
comenzó a entender que era tal la ansiedad
que le producía el perder parte de su rebaño,
lo que arrastraba sus pies al prado en lugar de descansar.

Era demasiado grande el amor que sentía por sus bienes,
esto le obligaba a cuidarlos más cada día,
hasta el punto de descuidar el debido descanso de su cuerpo
y el reposo de su mente.

Cuando entendió esto, cuando vio con sus propios
ojos despiertos que cualquiera podía arrebatarle una oveja,
pero que nadie podía darle la paz a su espíritu…
inició poco a poco a cuidar sus bienes
comenzando por el más preciado de todos:

Su vida y su paz.

Y pronto lo que fuera una pesada obligación
de día y de noche, se convirtió en algo bello
y agradable de hacer, pues cuidaba de aquellos
animales con el mismo interés y la misma entrega,
pero lo hacía ya desde su conciencia,
entendiendo que era la vida de una de sus ovejas,
su responsabilidad y que debía defenderla
y cuidarla de los peligros…
pero que al mismo tiempo debía cuidar de sí mismo.

Pues si el pastor no tiene paz, su rebaño no está en paz,
si el pastor está cansado, sólo cansancio habrá de dar…
y si el pastor no se ama profundamente,
será su trabajo sólo una obligación,
¡pero nunca un gesto de amor!

Es el amor la única pócima de salud
que puede al mismo tiempo
curar las heridas del cuerpo y dar paz,
sabiduría y sosiego al alma.

Hermanos,
es el camino de aquel que va por su vía
sin despertar,
caminar de sonámbulo en la noche
y cada uno de los golpes y heridas
recibidos en medio de la inconsciencia,
querrán ser atribuidos a muchos
y muy diversos orígenes.

Es el hombre que transita su camino dormido,
aquel que puede hablar de enemigos y maleficios…
pues una vez que despierta el hombre
él puede ver que cada una de sus caídas…

es una Enseñanza, una Lección de Amor.

Que si aquel a quien llamas enemigo
se planta a tu puerta, te llama con nombres
y ofende tu casa…
si tú aún estás dormido,
te levantarás molesto de tu asiento
y le llamarás perverso…
y si es muy grande tu odio,
será su sangre fruto de tus manos…
y tu paz se habrá oscurecido como por una nube.

Pero si ya estás despierto
y oyes a tu hermano gritar insultos,
tu punto de unión con él,
que está en el centro de tu pecho,
te revelará que sufre
y que quizás tú
pudiste haber originado ese sufrimiento en él…
o quizás sólo está tratando
de drenar en ti ese sufrir.

Si en ese momento le hablas desde el amor
sintiéndolo parte de ti, tocarás su punto de dolor,
serán tus palabras bálsamo de paz y luego cada palabra
y cada gesto tendrán la bendición de la honestidad
y del amor.

Lejos de verter la sangre de tu hermano…
quizás te lleves en las tuyas
sus lágrimas de arrepentimiento.

Lejos de tener un enemigo
para el resto de tus días… ganarás a alguien que quizás
en ese momento no logre entender qué le sucede.

Pero cuando a solas reviva la escena
y reencuentre tus palabras… sentirá tu cercanía…
y quizás al otro día, o al otro, o al otro,
saludará tu presencia con una sonrisa y un deseo de paz.

Quiero que sepas
que para el hombre despierto no existen enemigos…
pues para tener un enemigo es preciso odiarlo.

¿Y cómo puedes odiar una parte de ti…
si esa parte de él que mora en ti
es reflejo de tu parte que mora en él?

Si aún así,
él no vuelve a tu lado con el deseo de paz…
bendice su partida amorosamente
y ya lo verás cambiar.

Pues es La Palabra que se pronuncia desde el amor
tributo de paz y de armonía, flor de gloria y alegría…
que aunque no se porte abiertamente por encima
de las vestiduras, lenta pero inexorablemente germina
en el corazón de aquel a quien es dicha,
porque está escrito:

Ha de tener el hombre en La Luz
el poder de La Palabra que ilumina.
Ésta no puede ocultarse de la luz del Sol,
ni puede sumirse en las sombras,
ni puede apartarse de aquel a quien va dirigida.

Ahora quiero que mires a tu lado y veas a tu hermano
y descubras en él aquello que de ti, en su interior mora.

Habrás de descubrir tantas y tantas cosas tan parecidas
en ambos, que van más allá de los dos ojos y las dos manos.

Deja que el centro de tu pecho hable, reconozca,
sienta amor y felicidad de reencuentro.

Y ahora dile con esos,
tus labios ya bendecidos por el amor…
cuánto le amas,
cómo deseas para él aquello que deseas para ti.

Será imposible que ambos deseos no se cumplan…
pues esa, tu Palabra Viva, puede moverlo todo
y hacer pequeño el universo que separa la realidad del deseo.

Atrévete a abrazar a tu hermano
en medio de esta Luz.

Atrévete a decirle aquello que no has dicho
por temor al ridículo o a la censura…
pues cuando le abraces, a ti te abrazas
y cuando lo bendices, a ti te bendices.

No temas nunca más expresar tu amor.

Tantas y tantas personas esperan allá a la puerta de la cueva,
por tu amor, por tu palabra, por la salud
que mana de tus manos y el consuelo que hay en tu presencia.

Abraza a tu hijo, a tu madre, al amigo.

Tiende tu mano sincera a aquel que apenas notas
al salir en la mañana y cuando llegues a un sitio
digas un Buen Día o Buenas Tardes o Buenas Noches…
no sean palabras vacías y desprovistas de sentido.

Antes bien, dilas desde el centro de tu pecho,
del centro de tu amor… y conviértelas en manantial
de bienaventuranza para aquellos que las escuchen,
así no vuelvas a verlos más.

Cuida tus palabras,
pues ahora cada una de ellas
es gota de agua viva.

No las uses en la inconsciencia… antes bien,
vívelas y úsalas con cuidado y cariño…

Pues son hijas de tu esencia
y llevan todo lo inmensamente grande
que se nutre de la esencia del Amor Universal
e Imperecedero del Padre.

Con inmenso amor.

De tu hermano,

Emmanuel.

Muchos recorren el mundo sin recorrerse.

José Narosky

Despertar segunda Imagen

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