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SEMANA 21- EJERCICIOS 141 AL 147

Imagen Curso de Milagros

Un Curso de Milagros- Ejercicios

Fundación para la Paz Interior
Traducido por Rosa M. G. De Wynn y Fernando Gómez

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SEMANA 21 – EJERCICIOS DEL 141 AL 147

Primera parte


CUARTO REPASO
Introducción
1. Damos comienzo ahora a un nuevo repaso, conscientes esta vez de que nos estamos preparando para la segunda parte del aprendizaje en la que se nos enseña cómo aplicar la verdad. 2Hoy empezaremos a prepararnos para lo que sigue más adelante. 3Tal es nuestro propósito para este repaso y para las lecciones que siguen. 4Así pues, repasaremos las lecciones más recientes y sus pensamientos centrales de forma que faciliten el estado de prepa­ración que ahora queremos alcanzar.
2. Hay un tema central que unifica cada paso del repaso que ahora emprendemos, el cual puede enunciarse de manera muy simple con estas palabras:
2Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.
3Esto es un hecho, y representa la verdad de lo que eres y de lo que tu Padre es. 4Éste fue el pensamiento mediante el cual el Padre creó a Su Hijo, estableciéndolo así como co-creador con Él. 5Éste es el pensamiento que garantiza plenamente la salvación del Hijo. 6Pues en su mente no puede haber otros pensamientos, salvo los que su Padre comparte con él. 7La falta de perdón es lo que impide que este pensamiento llegue a su conciencia. 8No obstante, es verdad eternamente.
3. Comencemos nuestra preparación tratando de entender las múltiples formas tras las que se puede ocultar muy cuidadosa­mente la falta de verdadero perdón. 2Puesto que son ilusiones, no se perciben simplemente como lo que son: defensas que te impi­den ver y reconocer tus pensamientos rencorosos. 3Su propósito es mostrarte otra cosa y demorar la corrección mediante auto­engaños diseñados para que ocupen su lugar.
4. Tu mente, sin embargo, alberga sólo lo que piensas con Dios. 2Tus auto-engaños no pueden ocupar el lugar de la verdad, 3de la misma manera en que un niño que arroja un palo al mar no puede cambiar el ir y venir de las olas, evitar que el sol caliente las aguas o impedir que el plateado reflejo de luna se vea por la noche en ellas. 4Así es como daremos comienzo a cada período de práctica de este repaso, preparando nuestras mentes para que comprendan las lecciones que nos corresponde leer y comprendan el significado que tienen para nosotros.
5. Comienza cada día dedicando cierto tiempo a preparar tu mente para que aprenda la libertad y la paz que cada idea que repases ese día puede ofrecerte. 2Haz que tu mente tenga una acti­tud receptiva, despéjala de todo pensamiento engañoso y deja que sólo éste la ocupe completamente y elimine los demás:
3Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.
4Cinco minutos que le dediques a este pensamiento serán sufi­ciente para encauzar el día según las pautas que Dios ha fijado y para poner Su Mente a cargo de todos los pensamientos que has de recibir ese día.
6. Éstos no procederán únicamente de ti, pues los compartirás con Él. 2Y así, cada uno de ellos te traerá mensajes de Su Amor, devolviéndole a Él mensajes del tuyo. 3De esta forma es como estarás en comunión con el Señor de las Multitudes, tal como Él Mismo lo ha dispuesto. 4Y así como Su compleción se une a Él, del mismo modo Él se unirá a ti que te completas al unirte a Él y al Él unirse a ti.
7. Después de haberte preparado, lee simplemente cada una las dos ideas que se han asignado para el repaso de ese día. 2Luego cierra los ojos y repítelas lentamente para tus adentros. 3No hay prisa ahora, pues estás utilizando el tiempo para el propósito que se le dio. 4Deja que cada palabra refulja con el significado que Dios le ha dado, tal como se te ha dado a ti a través de Su Voz. 5Deja que cada idea que repases ese día te conceda el regalo que Él ha depositado en ella para que tú lo recibas de parte de Él. 6Y no utilizaremos en nuestra práctica otro formato que éste.
8. Cada vez que el reloj marque la hora, trae a la mente el pensa­miento con el que comenzó el día y pasa un momento de recogi­miento con él. 2Luego repite las dos ideas correspondientes a ese día sin ninguna sensación de premura, con tiempo suficiente para que puedas ver los regalos que encierran para ti, y deja que se reciban allí donde se dispuso que fuesen recibidos.
9. No vamos a añadir otros pensamientos, sino que dejamos que estos mensajes sean lo que realmente son. 2No necesitamos otra cosa que esto para que se nos dé felicidad y descanso, eterna quie­tud, perfecta certeza y todo lo que nuestro Padre dispone que recibamos como nuestra herencia de parte de Él. 3Y concluiremos cada día de práctica a lo largo de este repaso tal como lo comenza­mos, repitiendo en primer lugar el pensamiento que hizo de ese día una ocasión especial de bendición y felicidad para nosotros, y que, mediante nuestra fe, sustituyó en el mundo la luz por la oscuridad, el gozo por los pesares, la paz por el sufrimiento y la santidad por el pecado.
10. Dios te da las gracias a ti que practicas de esta manera el cum­plimiento de Su Palabra. 2Y cuando expongas tu mente de nuevo a las ideas del día antes de irte a dormir, Su gratitud te envolverá en la paz en la que Su Voluntad dispone que estés para siempre, y que ahora estás aprendiendo a reivindicar como tu herencia.

LECCIÓN 141
Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.
(121) El perdón es la llave de la felicidad.
(122) El perdón me ofrece todo lo que deseo.

LECCIÓN 142
Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.
(123) Gracias Padre por los regalos que me has concedido.
(124) Que no me olvide de que soy uno con Dios.

LECCIÓN 143
Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.
(125) En la quietud recibo hoy la Palabra de Dios.
(126) Todo lo que doy es a mí mismo a quien se lo doy.

LECCIÓN 144
Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.
(127) No hay otro amor que el de Dios.
(128) En el mundo que veo no hay nada que yo desee.

LECCIÓN 145
Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.
(129) Más allá de este mundo hay un mundo que deseo.
(130) Es imposible ver dos mundos.

LECCIÓN 146
Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.
(131) Nadie que realmente se proponga alcanzar la verdad puede fracasar.
(132) Libero al mundo de todo lo que jamás pensé que era.

LECCIÓN 147
Mi mente alberga sólo lo que pienso con Dios.
(133) No le daré ningún valor a lo que no lo tiene.
(134) Permítaseme poder percibir el perdón tal como es.

Un Curso de Milagros- Texto

Fundación para la Paz Interior
Traducido por Rosa M. G. De Wynn y Fernando Gómez

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Capítulo 21

RAZÓN Y PERCEPCIÓN

Introducción
1. La proyección da lugar a la percepción. 2El mundo que ves se compone de aquello con lo que tú lo dotaste. aNada más. 3Pero si bien no es nada más, tampoco es menos. 4Por lo tanto, es importante para ti. 5Es el testimonio de tu estado mental, la imagen externa de una condición interna. 6Tal como el hombre piense, así percibirá. 7No trates, por lo tanto, de cambiar el mundo, sino elige más bien cambiar de mentalidad acerca de él. 8La percepción es un resultado, no una causa. 9Por eso es por lo que el concepto de grados de dificultad en los milagros no tiene sentido. 10Todo lo que se contempla a través de la visión es sano y santo. 11Nada que se perciba sin ella tiene significado. 12Y donde no hay significado, hay caos.
2. La condenación es un juicio que emites acerca de ti mismo, y eso es lo que proyectas sobre el mundo. 2Si lo ves como algo condenado, lo único que verás es lo que tú has hecho para herir al Hijo de Dios. 3Si contemplas desastres y catástrofes, es que has tratado de crucificarlo. 4Si ves santidad y esperanza, es que te has unido a la Voluntad de Dios para liberarlo. 5Estas son las únicas alternativas que tienes ante ti. 6Y lo que veas dará testimonio de tu elección y te permitirá reconocer cuál de ellas elegiste. 7El mundo que ves tan sólo te muestra cuánta dicha te has permitido ver en ti y aceptar como tuya. 8Y si ése es su significado, el poder de dar dicha tiene entonces que encontrarse en ti.

I. La canción olvidada
1. No te olvides nunca de que el mundo que «ven» los ciegos tiene que ser imaginario, pues desconocen el verdadero aspecto del mundo. 2Tienen que inferir lo que se puede ver basándose en datos que son siempre indirectos y reformular sus deducciones según tropiezan y se caen debido a lo que no reconocieron, o bien pasar sin sufrir daño alguno a través de puertas abiertas que ellos creían cerradas. 3Y lo mismo ocurre contigo. 4Tú no ves. 5Las indicaciones en las que te basas para llegar a tus conclusiones son erróneas, y por eso tropiezas y te caes encima de las piedras que no viste, sin darte cuenta de que puedes atravesar las puertas que, aunque creías que estaban cerradas, se encuentran abiertas para los ojos que no ven, esperando a darte la bienvenida.
2. ¡Qué descabellado es tratar de juzgar aquello que simplemente se podría ver! 2No es necesario imaginar qué aspecto debe tener el mundo. 3Antes de que lo puedas reconocer como lo que es, tienes que verlo. 4Se te puede mostrar qué puertas están abiertas, para que así puedas ver dónde radica la seguridad, qué camino conduce a las tinieblas y cuál a la luz. 5Los juicios siempre te darán indicaciones falsas, pero la visión te muestra por dónde ir. 6¿Por qué tratar de adivinarlo?
3. No hay que sufrir para aprender. 2Las lecciones benévolas se asimilan con júbilo y se recuerdan felizmente. 3Deseas aprender lo que te hace feliz y no olvidarte de ello. 4No es esto lo que niegas. 5Lo que te preguntas es si los medios a través de los cuales se aprende este curso conducen a la felicidad que promete o no. 6Si creyeses que sí, no tendrías dificultad alguna para aprender el curso. 7Todavía no eres un estudiante feliz porque aún no estás seguro de que la visión pueda aportarte más de lo que los juicios te ofrecen, y has aprendido que no puedes tener ambas cosas.
4. Los ciegos se acostumbran a su mundo adaptándose a él. 2Creen saber cómo desenvolverse en él. 3Han aprendido a hacerlo, pero no a través de lecciones gozosas, sino a través de la dura necesidad impuesta por las limitaciones que no creían poder superar. 4Y como todavía lo siguen creyendo, tienen en gran estima a esas lecciones y se aferran a ellas porque no pueden ver. 5No entienden que son las lecciones en sí las que los mantienen ciegos. 6Eso no lo creen. 7Y así, conservan el mundo que apren­dieron a «ver» en su imaginación, creyendo que sólo pueden ele­gir entre eso o nada. 8Odian el mundo que aprendieron a conocer mediante el dolor. 9Y todo lo que creen que habita en él sólo sirve para recordarles que están incompletos y que se les ha privado injustamente de algo.
5. Por lo tanto, definen su vida y donde viven, y se adaptan a ello tal como, creen que deben hacerlo, temerosos de perder lo poco que tienen. 2Y lo mismo ocurre con todos aquellos que consideran que lo único que tanto ellos como sus hermanos tienen es el cuerpo. 3Tratan de comunicarse entre sí, y fracasan una y otra vez. 4Y se adaptan a la soledad, pues creen que conservar el cuerpo es proteger lo poco que tienen. 5Presta atención, y mira a ver si te puedes acordar de lo que vamos a hablar ahora.
6. Escucha … tal vez puedas captar un leve atisbo de un estado inmemorial que no has olvidado del todo; tal vez sea un poco nebuloso, mas no te es totalmente desconocido: como una can­ción cuyo título olvidaste hace mucho tiempo, así como las cir­cunstancias en las que la oíste. 2No puedes acordarte de toda la canción, sino sólo de algunas notas de la melodía, y no puedes asociarla con ninguna persona o lugar, ni con nada en particular. 3Pero esas pocas notas te bastan para recordar cuán bella era la canción, cuán maravilloso el paraje donde la escuchaste y cuánto amor sentiste por los que allí estaban escuchándola contigo.
7. Las notas no son nada. 2Sin embargo, las has conservado, no por ellas mismas, sino con un dulce recordatorio de lo que te haría llorar si recordases cuán querido era para ti. 3Podrías acor­darte, pero tienes miedo, pues crees que perderías el mundo que desde entonces has aprendido a conocer. 4Sin embargo, sabes que nada en este mundo es ni la sombra de aquello que tanto amaste. 5Escucha y mira a ver si te acuerdas de una canción muy vieja que sabías hace mucho tiempo y que te era más preciada que cualquier otra melodía que te hayas enseñado a ti mismo desde entonces.
8. Más allá del cuerpo, del sol y de las estrellas, más allá de todo lo que ves, y, sin embargo, en cierta forma familiar para ti, hay un arco de luz dorada que al contemplarlo se extiende hasta vol­verse un círculo enorme y luminoso. 2El círculo se llena de luz ante tus ojos. 3Sus bordes desaparecen, y lo que había dentro deja de estar contenido. 4La luz se expande y envuelve todo, exten­diéndose hasta el infinito y brillando eternamente sin interrupciones ni límites de ninguna clase. 5Dentro de ella todo está unido en una continuidad perfecta. 6Es imposible imaginar que pueda haber algo que no esté dentro de ella, pues no hay lugar del que esta luz esté ausente.
9. Ésta es la visión del Hijo de Dios, a quien conoces bien. 2He aquí lo que ve el que conoce a su Padre. 3He aquí el recuerdo de lo que eres: una parte de ello que contiene todo ello dentro de sí, y que está tan inequívocamente unida a todo como todo está unido en ti. 4Acepta la visión que te puede mostrar esto y no el cuerpo. 5Te sabes esa vieja canción, y te la sabes muy bien. 6Nada te será jamás tan querido como este himno inmemorial de amor que el Hijo de Dios todavía le canta a su Padre.
10.Y ahora los ciegos pueden ver, pues esa misma canción que entonan en honor de su Creador los alaba a ellos también. 2La ceguera que inventaron no podrá resistir el vibrante recuerdo de esta canción. 3Y contemplarán la visión del Hijo de Dios, al recor­dar quién es aquel al que cantan. 4¿Qué es un milagro, sino este recordar?, 5¿Y hay alguien en quien no se encuentre esta memo­ria? 6La luz en uno despierta la luz en los demás. 7Y cuando la ves en tu hermano, la recuerdas por todos.

II. Somos responsables de lo que vemos.
1. Hemos repetido cuán poco se te pide para que aprendas este curso. 2Es la misma pequeña dosis de buena voluntad que necesi­tas para que toda tu relación se transforme en dicha; el pequeño regalo que le ofreces al Espíritu Santo a cambio del cual Él te da todo, lo poco sobre lo que se basa la salvación, el pequeño cambio de mentalidad por el que la crucifixión se transforma en resurrec­ción. 3Y puesto que es cierto, es tan simple que es imposible que no se entienda perfectamente. 4Puede ser rechazado, pero no es ambiguo.. 5Y si decides oponerte a ello, no es porque sea incom­prensible, sino más bien porque ese pequeño costo parece ser, a tu juicio, un precio demasiado alto para pagar por la paz.
2. Esto es lo único que tienes que hacer para que se te conceda la visión, la felicidad, la liberación del dolor y el escape del pecado. 2Di únicamente esto, pero dilo de todo corazón y sin reservas, pues en ello radica el poder de la salvación:
3Soy responsable de lo que veo.
4Elijo los sentimientos que experimento y decido el objetivo que quiero alcanzar.
5Y todo lo que parece sucederme yo mismo lo he pedido, y se me concede tal como lo pedí.
6No te engañes por más tiempo pensando que eres impotente ante lo que se te hace. 7Reconoce únicamente que estabas equi­vocado, y todos los efectos de tus errores desaparecerán.
3. Es imposible que el Hijo de Dios pueda ser controlado por sucesos externos a él. 2Es imposible que él mismo no haya ele­gido las cosas que le suceden. 3Su poder de decisión es lo que determina cada situación en la que parece encontrarse, ya sea por casualidad o por coincidencia. 4Y ni las coincidencias ni las casualidades son posibles en el universo tal como Dios lo creó, fuera del cual no existe nada. 5Si sufres es porque decidiste que tu meta era el pecado. 6Si eres feliz, es porque pusiste tu poder de decisión en manos de Aquel que no puede sino decidir a favor de Dios por ti. 7Éste es el pequeño regalo que le ofreces al Espíritu Santo, y hasta esto Él te da para que te lo des a ti mismo. 8Pues mediante este regalo se te concede el poder de liberar a tu salva­dor para que él a su vez te pueda dar la salvación a ti.
4. No resientas tener que dar esta pequeña ofrenda, 2pues si no la das seguirás viendo el mundo tal como lo ves ahora. 3Mas si la das, todo lo que ves desaparecerá junto con él. 4Nunca se dio tanto a cambio de tan poco. 5Este intercambio se efectúa y se conserva en el instante santo. 6Ahí, el mundo que no deseas se lleva ante el que sí deseas. 7Y el mundo que sí deseas se te con­cede, puesto que lo deseas. 8Mas para que esto tenga lugar, debes primero reconocer el poder de tu deseo. 9Tienes que aceptar su fuerza, no su debilidad. 10Tienes que percibir que lo que es tan poderoso como para construir todo un mundo puede también abandonarlo, y puede asimismo aceptar corrección si está dis­puesto a reconocer que estaba equivocado.
5. El mundo que ves no es sino el testigo fútil de que tenías razón. 2Es un testigo demente. 3Tú le enseñaste cuál tenía que ser su testimonio, y cuando te lo repitió, lo escuchaste y te conven­ciste a ti mismo de que lo que decía haber visto era verdad. 4Has sido tú quien se ha causado todo esto a sí mismo. 5Sólo con que comprendieses esto, comprenderías también cuán circular es el razonamiento en que se basa tu «visión». 6Eso no fue algo que se te dio. 7Ése fue el regalo que tú te hiciste a ti mismo y que le hiciste a tu hermano. 8Accede, entonces, a que se le quite y a que sea reemplazado por la verdad. 9Y a medida que observes el cam­bio que tiene lugar en él, se te concederá poder verlo en ti mismo.
6. Tal vez no veas la necesidad de hacer esta pequeña ofrenda. 2Si ése es el caso, examina más detenidamente lo que dicha ofrenda representa. 3Y no veas en ella otra cosa que el absoluto intercam­bio de la separación por la salvación. 4El ego no es más que la idea de que es posible que al Hijo de Dios le puedan suceder cosas en contra de su voluntad, y, por ende, en contra de la Voluntad de su Creador, la cual no puede estar separada de la suya. 5Con esta idea fue con lo que el Hijo de Dios reemplazó su voluntad, en rebelión demente contra lo que no puede sino ser eterno. 6Dicha idea es la declaración de que él puede privar a Dios de Su poder y quedarse con él para sí mismo, privándose de este modo de lo que Dios dispuso para él. 7Y es esta descabellada idea la que has entronado en tus altares y a la que rindes culto. 8Y todo lo que supone una amenaza para ella parece atacar tu fe, pues en ella es donde la has depositado. 9No pienses que te falta fe, pues tu creencia y confianza en dicha idea son ciertamente firmes.
7. El Espíritu Santo puede hacer que tengas fe en la santidad, y darte visión para que la puedas ver fácilmente. 2Mas no has dejado libre y despejado el altar donde a estos dones les corres­ponde estar. 3Y donde ellos debieran estar has colocado tus ído­los, los cuales has consagrado a otra cosa. 4A esa otra «voluntad» que parece decirte lo que ha de ocurrir, le confieres realidad. 5Por lo tanto, aquello que te demostraría lo contrario no puede por menos que parecerte irreal. 6Lo único que se te pide es que le hagas sitio a la verdad. 7No se te pide que inventes o que hagas lo que está más allá de tu entendimiento. 8Lo único que se te pide es que dejes entrar a la verdad, que ceses de interferir en lo que ha de acontecer de por sí y que reconozcas nuevamente la presencia de lo que creíste haber desechado.
8. Accede, aunque sólo sea por un instante, a dejar tus altares libres de lo que habías depositado en ellos, y no podrás sino ver lo que realmente se encuentra allí. 2El instante santo no es un instante de creación, sino de reconocimiento. 3Pues el reconoci­miento procede de la visión y de la suspensión de todo juicio. 4Sólo entonces es posible mirar dentro de uno mismo y ver lo que no puede sino estar allí, claramente a la vista y completamente independiente de cualquier inferencia o juicio. 5Deshacer no es tu función, pero sí depende de ti el que le des la bienvenida o no. 6La fe y el deseo van de la mano, pues todo el mundo cree en lo que desea.
9. Ya hemos dicho que hacerse ilusiones es la manera en que el ego lidia con lo que desea para tratar de convertirlo en realidad. 2No hay mejor demostración del poder del deseo, y, por ende, de la fe, para hacer, que sus objetivos parezcan reales y posibles. 3La fe en lo irreal conduce a que se tengan que hacer ajustes en la realidad. para que se amolde al objetivo de la locura. 4El objetivo del pecado induce a la percepción de un mundo temible para justificar su propósito. 5Verás aquello que desees ver. 6Y si la rea­lidad de lo que ves es falsa, lo defenderás no dándote cuenta de todos los ajustes que has tenido que hacer para que ello sea como lo ves.
10.Cuando se niega la visión, la confusión entre causa y efecto es inevitable. 2El propósito ahora es mantener la causa oculta del efecto y hacer que el efecto parezca ser la causa. 3Esta aparente autonomía del efecto permite que se le considere algo inde­pendiente, y capaz de ser la causa de los sucesos y sentimientos que su hacedor cree que el efecto suscita. 4Anteriormente habla­mos de tu deseo de crear a tu propio creador, y de ser el padre y no el hijo de él. 5Éste es el mismo deseo. 6El Hijo es el efecto que quiere negar a su Causa. 7Y así, él parece ser la causa y producir efectos reales. 8Pero lo cierto es que no puede haber efectos sin causa, y confundir ambas cosas es simplemente no entender nin­guna de las dos.
11.Es tan esencial que reconozcas que tú has fabricado el mundo que ves, como que reconozcas que tú no te creaste a ti mismo. 2Pues se trata del mismo error. 3Nada que tu Creador no haya crea­do puede ejercer influencia alguna sobre ti. :4Y si crees que lo que hiciste puede dictarte lo que debes ver y sentir, y tienes fe en que puede hacerlo, estás negando a tu Creador y creyendo que tú te hiciste a ti mismo. 5Pues si crees que el mundo que construiste tiene el poder de hacer de ti lo que se le antoje, estás confun­diendo Padre e Hijo, Fuente y efecto.
12.Las creaciones del Hijo son semejantes a las de su Padre. 2Mas al crearlas, el Hijo no se engaña a sí mismo pensando que él es independiente de su Fuente. 3Su unión con Ella es la Fuente de su capacidad para crear. 4Aparte de esto no tiene poder para crear, y lo que hace no significa nada, 5no altera nada en la creación, depende enteramente de la locura de su hacedor y ni siquiera podría servir para justificarla. 6Tu hermano cree que él fabricó el mundo junto contigo. 7De este modo, niega la creación, 8y cree, al igual que tú, que el mundo que fabricó lo engendró a él. 9De éste modo, niega haberlo fabricado.
13.Mas la verdad es que tanto tú como él fuisteis creados por un Padre amoroso, que os creó juntos y como uno solo. 2Ve lo que «prueba» lo contrario, y estarás negando toda tu realidad. 3Reco­noce en cambio que fuiste tú quien fabricó todo lo que aparente­mente se interpone entre tú y tu hermano y os mantiene separados al uno del otro, y a los dos de vuestro Padre, y tu instante de liberación habrá llegado. 4Todos los efectos de eso que hiciste desaparecerán porque su fuente se habrá puesto al descubierto. 5La aparente autonomía de su fuente es lo que te mantiene prisionero. 6Ése es el mismo error que pensar que eres inde­pendiente de la Fuente mediante la cual fuiste creado, y que nunca has abandonado.

III. Fe, creencia y visión
1. Todas las relaciones especiales tienen como meta el pecado, 2pues son tratos que se hacen con la realidad, a la que la aparente unión se adapta. 3No te olvides de esto: hacer tratos es fijar lími­tes, y no podrás sino odiar a cualquier hermano con el que tengas una relación parcial. 4Quizá trates de respetar el trato en nombre de lo que es «justo», exigiendo a veces ser tú el que pague, aun­que lo más frecuente es que se lo exijas al otro. 5Al hacer lo que es »justo”, pues, tratas de mitigar la culpabilidad que emana del propósito que aceptaste para la relación. 6Y por eso el Espíritu Santo tiene que cambiar su propósito para que sea de utilidad para Él e inofensiva para ti.
2. Si aceptas este cambio, habrás aceptado la idea de hacerle sitio a la. verdad. 2La fuente del pecado habrá desaparecido. 3Tal vez te imagines que todavía experimentas sus efectos, pero el pecado ha dejado de ser tu propósito y ya no lo quieres más. 4Nadie permite que su propósito sea reemplazado mientras todavía lo siga deseando, pues nada se quiere y se protege más que un objetivo que la mente haya aceptado. 5Lo perseguirá, sombría o feliz­mente, pero siempre con fe y con la perseverancia que la fe inevi­tablemente trae consigo. 6EI poder de la fe jamás se puede reconocer si se deposita en el pecado. 7Pero siempre se reconoce si se deposita en el amor.
3. ¿Por qué te resulta tan extraño que la fe pueda mover monta­ñas? 2En realidad, ésa es una hazaña insignificante para seme­jante poder. 3Pues la fe puede mantener al Hijo de Dios encadenado mientras él crea que lo está. 4Mas cuando se libre de las cadenas será simplemente porque habrá dejado de creer en ellas, al retirar su fe de la idea de que lo podían aprisionar, y depositarla en cambio en su libertad. 5Es imposible tener fe en dos orientaciones opuestas. 6La fe que depositas en el pecado se la quitas a la santidad. 7Y lo que le ofreces a la santidad se lo has quitado al pecado.
4. La fe, la creencia y la visión son los medios por los que se alcanza el objetivo de la santidad. 2A través de ellos el Espíritu Santo te conduce al mundo real, alejándote de todas las ilusiones en las que habías depositado tu fe. 3Ése es su rumbo, el único que Él jamás ve. 4Y cuando te desvías, Él te recuerda que no hay nin­gún otro. 5Su fe, Su creencia y Su visión son para ti. 6Y cuando las hayas aceptado completamente en lugar de las tuyas, ya no ten­drás necesidad de ellas. 7Pues la fe, la creencia y la visión única­mente tienen sentido antes de que se alcanza la certeza. 8En el Cielo son desconocidas. 9El Cielo, no obstante, se alcanza a través de ellas.
5. No es posible que al Hijo de Dios le falte fe, pero sí puede elegir dónde desea depositarla. 2La falta de fe no es realmente falta de fe, sino fe que se ha depositado en lo que no es .nada. 3La fe que se deposita en las ilusiones no carece de poder, pues debido a ello el Hijo de Dios cree ser impotente. 4De ese modo, no se es fiel a sí mismo, pero sí tiene gran fe en las ilusiones que abriga acerca de sí mismo. 5Pues tú inventaste la fe, la percepción y la creencia a fin de perder la certeza y encontrar el pecado. 6Este rumbo demente fue tu propia elección, y al depositar tu fe en lo que habías elegido, fabricaste lo que deseabas.
6. El Espíritu Santo puede valerse de todos los medios que tú has empleado para ir en pos del pecado. 2Pero tal como Él se vale de ellos te alejan del pecado, porque Su propósito apunta en direc­ción contraria. 3Él ve los medios que empleas, pero no el propó­sito para el que los inventaste. 4Su intención no es quitártelos, pues reconoce su valor y los ve como un medio de alcanzar lo que Él dispone para ti. 5Inventaste la percepción a fin de poder elegir entre tus hermanos e ir en busca del pecado con ellos. 6El Espíritu Santo ve la percepción como un medio de enseñarte que la visión de la relación santa es lo único que deseas ver. 7Pues entonces depositarás toda tu fe en la santidad, al desearla y creer en ella por razón de tu deseo.
7. La fe y la creencia se unen a la visión, ya que todos los medios que una vez sirvieron para los fines del pecado se canalizan ahora hacia la santidad. 2Pues a lo que tú llamas pecado, no es más que una limitación, y odias a todo aquel que tratas de redu­cir a un cuerpo porque le temes. 3Al negarte a perdonarlo, lo con­denas al cuerpo porque tienes en gran estima los medios del pecado. 4Y así, depositas toda tu fe y creencia en el cuerpo. 5Pero la santidad quiere liberar a tu hermano, y eliminar el odio elimi­nando el miedo, no en el nivel de los síntomas, sino de raíz.
8. Aquellos que quieren liberar a sus hermanos del cuerpo no tie­nen miedo. 2Pues han renunciado a los medios del pecado al ele­gir que se eliminen todas sus limitaciones. 3Puesto que desean ver a sus hermanos bajo el manto de la santidad, el poder de su creen­cia y de su fe ve más allá del cuerpo, facilitando la visión, no obstruyéndola. 4Pero antes de eso decidieron reconocer lo mucho que su fe había limitado su entendimiento del mundo, y desearon depositarla en otro lugar en caso de que se les ofreciese otro punto de vista. 5Los milagros que siguen a esta decisión nacen también de la fe. 6Pues a todos aquellos que eligen apartar su mirada del pecado se les concede la visión y se les conduce a la santidad.
9. Aquellos que creen en el pecado deben pensar que el Espíritu Santo exige sacrificios, pues creen que ésa es la manera de alcan­zar su objetivo. 2Hermano, el Espíritu Santo sabe que el sacrificio no aporta nada. 3Él no hace tratos. 4Y si intentas imponerle lími­tes, lo. odiarás porque tendrás miedo de Él. 5El regalo que Él te ha hecho es mucho más valioso que cualquier otra cosa a este lado del Cielo. 6El momento en que esto se ha de reconocer está al llegar. 7Une tu conciencia a lo que ya está unido. 8La fe que depo­sitas en tu hermano puede lograrlo, 9pues Aquel que ama el mundo lo está viendo por ti, sin ninguna mancha de pecado sobre él y envuelto en una inocencia tal que contemplarlo es con­templar la belleza del Cielo.
10.Tu fe en el sacrificio ha hecho que éste tenga gran poder ante tus ojos, salvo que no te das cuenta de que no puedes ver debido a él. 2Pues sólo se le puede exigir sacrificio al cuerpo, y sólo otro cuerpo podría exigirlo. 3La mente, de por sí, no podría ni exigirlo ni recibirlo. 4El cuerpo tampoco. 5La intención está en la mente, que trata de valerse del cuerpo para poner en práctica los medios del pecado en los que ella cree. 6Y así, los que valoran el pecado no pueden sino creer que la mente y el cuerpo están unidos. 7Y de este modo, el sacrificio es, invariablemente, un medio para impo­ner límites, y, por consiguiente, para odiar.
11.¿Crees acaso que al Espíritu Santo le preocupa eso? 2Él no te da aquello de lo que, de acuerdo con Su propósito, te quiere apartar. 3Tú crees que Él te quiere privar de algo por tu propio bien. 4Pero los términos «bien» y «privación» son opuestos, y no pueden reconciliarse de ninguna forma que tenga significado. 5Es como decir que la luna y el sol son una misma cosa porque vienen de noche y de día respectivamente, y que, por lo tanto, no pueden sino formar una unidad. 6Mas ver uno de ellos significa que el otro ya no se puede ver. 7Tampoco es posible que lo que irradia luz sea lo mismo que lo que depende de la oscuridad para poder ser visto. 8Ninguno de ellos exige el sacrificio del otro. 9Cada uno de ellos, no obstante, depende de la ausencia del otro.
12.El cuerpo se concibió para que sirviese de sacrificio al pecado, y así es como aún se le considera en las tinieblas. 2A la luz de la visión, no obstante, se le considera de manera muy distinta. 3Pue­des confiar en que servirá fielmente al propósito del Espíritu Santo, y puedes conferirle poder para que se vuelva un instru­mento de ayuda a fin de que los ciegos puedan ver. 4Mas cuando ellos vean, mirarán más allá de él, al igual que tú. 5A la fe y a la creencia que depositaste en el cuerpo les corresponde estar más allá de él. 6Transferiste tu percepción, tu creencia y tu fe de la mente al cuerpo. 7Deja que éstas les sean devueltas ahora a aque­llo que las produjo y que todavía puede valerse de ellas para salvarse de lo que inventó.

IV. El miedo a mirar adentro
1. El Espíritu Santo jamás te enseñará que eres un pecador. 2Corregirá tus errores, pero eso no es algo que le pueda causar temor a nadie. 3Tienes un gran temor a mirar en tu interior y ver el pecado que crees que se encuentra allí. 4No tienes miedo de admitir esto. 5El ego considera muy apropiado que se asocie el miedo con el pecado, y sonríe con aprobación. 6No teme dejar que te sientas avergonzado. 7No pone en duda la creencia y la fe que tienes en el pecado. 8Sus templos no se tambalean por razón de ello. 9Tu certeza de que dentro de ti anida el pecado no hace sino dar fe de tu deseo de que esté allí para que se pueda ver. 10Sin embargo, esto tan sólo aparenta ser la fuente del temor.
2. Recuerda que el ego no está solo. 2Su dominio está circunscrito, y teme a su «enemigo» desconocido, a Quien ni siquiera puede ver. 3Te pide imperiosamente que no mires dentro de ti, pues si lo haces tus ojos se posarán sobre el pecado y Dios te cegará. 4Esto es lo que crees, y, por lo tanto, no miras. 5Mas no es éste el temor secreto del ego, ni tampoco el tuyo que eres su siervo. 6El ego, vociferando destempladamente y demasiado a menudo, profiere a gritos que lo es. 7Pues bajo ese constante griterío y esas declara­ciones disparatadas, el ego no tiene ninguna certeza de que lo sea. 8Tras tu temor de mirar en tu interior por razón del pecado se oculta todavía otro temor, y uno que hace temblar al ego.
3. ¿Qué pasaría si mirases en tu interior y no vieses ningún pecado? 2Esta «temible» pregunta es una que el ego nunca plan­tea. 3Y tú que la haces ahora estás amenazando demasiado seria­mente todo su sistema defensivo como para que él se moleste en seguir pretendiendo que es tu amigo. 4Aquellos que se han unido a sus hermanos han abandonado la creencia de que su identidad reside en el ego. 5Una relación santa es aquella en la que te unes con lo que en verdad forma parte de ti. 6Tu creencia en el pecado ha sido quebrantada, y ahora no estás totalmente reacio a mirar dentro de ti y no ver pecado alguno.
4. Tu liberación no es aún total: todavía es parcial e incompleta, aunque ya ha despuntado en ti. 2Al no estar completamente loco, has estado dispuesto a contemplar una gran parte de tu demen­cia y a reconocer su locura. 3Tu fe está comenzado a interiorizarse más allá de la demencia hacia la razón. 4Y lo que tu razón te dice ahora, el ego no lo quiere oír. 5El propósito del Espíritu Santo fue aceptado por aquella parte de tu mente que el ego no conoce 6y que tú tampoco conocías. 7Sin embargo, esa parte, con la que ahora te identificas, no teme mirarse a sí misma. 8No conoce el pecado. 9¿De qué otra forma, sino, habría estado dispuesta a con­siderar el propósito del Espíritu Santo como suyo propio?
5. Esta parte ha visto a tu hermano y lo ha reconocido perfecta­mente desde los orígenes del tiempo. 2Y no ha deseado más que unirse a él y ser libre nuevamente, como una vez lo fue. 3Ha estado esperando el nacimiento de la libertad, la aceptación de la liberación que te espera. 4Y ahora reconoces que no fue el ego el que se unió al propósito del Espíritu Santo, y, por lo tanto, que tuvo que haber sido otra cosa. 5No creas que esto es una locura, 6pues es lo que te dice la razón y se deduce perfectamente de lo que ya has aprendido.
6. En las enseñanzas del Espíritu Santo no hay inconsistencias. 2Éste es el razonamiento de los cuerdos. 3Has percibido la locura del ego, y no te ha dado miedo porque elegiste no compartirla. 4Pero aún te engaña a veces. 5No obstante, en tus momentos más lúcidos, sus desvaríos no producen ningún terror en tu corazón. 6Pues te has dado cuenta de que no quieres los regalos que el ego te quitaría de rabia por tu «presuntuoso» deseo de querer mirar adentro. 7Todavía quedan unas cuantas baratijas que parecen titi­lar y llamarte la atención. 8No obstante, ya no «venderías» el Cielo por ellas.
7. Y ahora el ego tiene miedo. 2Mas lo que él oye aterrorizado, la otra parte de tu mente lo oye como la más dulce melodía: el canto que añoraba oír desde que el ego se presentó en tu mente por primera vez. 3La debilidad del ego es su fortaleza. 4El himno de la libertad, el cual canta en alabanza de otro mundo, le brinda espe­ranzas de paz. 5Pues recuerda al Cielo, y ve ahora que el Cielo por fin ha descendido a la tierra, de donde el dominio del ego lo había mantenido alejado por tanto tiempo. 6El Cielo ha llegado porque encontró un hogar en tu relación en la tierra. 7Y la tierra no puede retener por más tiempo lo que se le ha dado al Cielo como suyo propio.
8. Contempla amorosamente a tu hermano, y recuerda que la debilidad del ego se pone de manifiesto ante vuestra vista. 2Lo que el ego pretendía mantener separado se ha encontrado y se ha unido, y ahora contempla al ego sin temor. 3Criatura inocente de todo pecado, sigue el camino de la certeza jubilosamente. 4No dejes que la demente insistencia del miedo de que la certeza reside en la duda te detenga. 5Eso no tiene sentido. 6¿Qué importa cuán imperiosamente se proclame? 7Lo que es insensato no cobra sentido porque se repita o se aclame. 8El camino de la paz está libre y despejado. 9Síguelo felizmente, y no pongas en duda lo que no puede sino ser cierto.

V. La función de la razón
1. La percepción selecciona y configura el mundo que ves. 2Lite­ralmente lo selecciona siguiendo las directrices de la mente. 3Las leyes del tamaño, de la forma y de la luminosidad tendrían vali­dez, quizá, si otras cosas fuesen iguales. 4Pero no lo son. 5Pues es mucho más probable que halles lo que buscas que lo que prefie­res pasar por alto. 6La apacible y queda Voz que habla en favor de Dios no se ve ahogada por los estridentes gritos e insensatos arranques de furia con los que el ego acosa a aquellos que desean escucharla. 7La percepción es una elección, no un hecho 8Pero de esta elección depende mucho más de lo que te has dado cuenta hasta ahora. 9Pues tu creencia acerca de quien eres depende ente­ramente de la voz que elijas escuchar y de los panoramas que elijas ver. 10La percepción da testimonio únicamente de esto, nunca de la realidad. 11Puede mostrarte, no obstante, bajo qué condiciones es posible tener conciencia de la realidad, o aquellas en las que nunca sería posible.
2.La realidad no necesita tu cooperación para ser lo que es. 2Pero tu conciencia de ella necesita tu ayuda, ya que tener esa concien­cia es algo que tú eliges. 3Si le prestas oídos a los dictados del ego y ves lo que él te indica ver, no podrás sino considerarte a ti mismo insignificante, vulnerable y temeroso. 4Experimentarás depresión, una sensación de no valer nada, así como sentimien­tos de inestabilidad e irrealidad. 5Creerás que eres la desvalida víctima de fuerzas que están más allá de tu control y que son mucho más poderosas que tú. 6Y creerás que el mundo que fabri­caste rige tu destino. 7Pues tendrás fe en eso. 8Pero no creas que porque tengas fe en eso, ello pueda hacer que sea real.
3. Hay otra visión y otra Voz en las que reside tu libertad que tan sólo están aguardando tu decisión. 2y si depositas tu fe en Ellas, percibirás otro ser en ti. 3Este otro ser considera que los milagros son algo natural. 4Pues son tan simples y naturales para él como respirar lo es para el cuerpo. 5Constituyen la respuesta obvia a las peticiones de ayuda, que es la única que él ofrece. 6Los mila­gros le parecen antinaturales al ego porque no entiende cómo es posible que mentes separadas puedan influenciarse unas a otras. 7Y si estuviesen separadas ciertamente no podrían hacerlo. 8Pero las mentes no pueden estar separadas. 9Este otro ser es perfecta­mente consciente de esto. 10Y así, reconoce que los milagros no afectan la mente de otro, sino la suya propia. 11Los milagros siem­pre cambian tu mente, 12pues no hay ninguna otra.
4. No te das cuenta de hasta qué punto la idea de la separación ha interferido en el ejercicio de la razón. 2La razón mora en el otro ser que has excluido de tu conciencia. 3Y nada de lo que has permitido que permanezca en ella es capaz de razonar. 4¿Cómo va a ser posible que aquel segmento de la mente que está despro­visto de razón pueda entender lo que es la razón, o comprender la información que ésta le podría suministrar? 5De ese segmento pueden surgir todo tipo de preguntas, pero dado que la pregunta básica sólo puede proceder de la razón, él jamás la podrá plan­tear. 6Al igual que todo lo que procede de la razón, la pregunta básica es simple y obvia, si bien, aún no se ha planteado. 7Mas no creas que la razón no la podría contestar.
5. El plan de Dios para tu salvación no se habría podido estable­cer sin tu voluntad y consentimiento. 2Tuvo que haber sido acep­tado por el Hijo de Dios, pues lo que Dios dispone para él, él no puede sino aceptarlo. 3Y Dios no dispone nada sin Su Hijo, ni Su Voluntad depende del tiempo para consumarse. 4Por lo tanto, lo que se unió a la Voluntad de Dios tiene que encontrarse en ti ahora, puesto que es eterno. 5Tienes que haber reservado un lugar en el que el Espíritu Santo puede morar, y donde ya se encuentra. 6Él tiene que haber estado ahí desde que surgió la necesidad de Él, la cual quedó satisfecha en ese mismo instante: 7Eso es lo que tu razón te diría, si escuchases. 8Mas es claro que ése no es el razonamiento del ego. 9El hecho de que la naturaleza de tu razón le sea ajena al ego, es prueba de que no hallarás la respuesta en él. 10No obstante, si esto es así, dicha respuesta tiene que existir. 11Y si existe para ti, y su propósito es tu libertad, debes ser libre de encontrarla.
6. El plan de Dios es muy simple, nunca es indirecto ni se derrota a sí mismo. 2Dios no tiene otros Pensamientos excepto los que extienden Su Ser, y en esto tu voluntad tiene que estar incluida. 3Así pues, debe haber una parte en ti que conoce Su Voluntad y la comparte. 4No tiene sentido preguntar si lo que tiene que ser como es, lo es. 5Pero sí tiene sentido preguntar por qué no eres consciente de lo que no puede sino ser como es, pues debe haber una respuesta para ello si al plan de Dios para tu salvación no le falta nada. 6Y no puede faltarle nada porque su Fuente no conoce la incompleción
7. ¿Y dónde podría encontrarse la respuesta sino en la Fuente? 2¿Y dónde estás tú sino allí donde se encuentra esa misma respuesta? 3Tu Identidad, que es un efecto tan verdadero de esa Fuente como lo es la respuesta, tiene, por lo tanto, que estar unida a ella y ser lo mismo que ella. 4Por supuesto que sabes esto, y mucho más que esto. 5Pero cualquier parte del conocimiento supone una amenaza tan seria para la disociación como todo el conocimiento en sí. 6Y dispondrás de todo el conocimiento con cualquier parte de él. 7He aquí la parte que tú puedes aceptar. 8Puedes ver lo que la razón te señala porque los testigos a su favor son inequívocos. 9Sólo aquellos que son completamente dementes podrían hacer caso omiso de ellos, y tú ya has dejado atrás esa etapa. 10La razón es un medio que sirve para los fines del Espíritu Santo por derecho propio. 11No se puede re-interpretar ni re-canalizar para que se ajuste a la meta del pecado, tal como se hace con otros medios. 12Pues la razón está más allá del alcance de los medios del ego.
8. La fe, la percepción y la creencia pueden estar mal ubicadas y servir de apoyo tanto para las necesidades del gran embaucador como para las de la verdad. 2Pero la razón no tiene cabida en la locura, ni se puede adaptar a sus fines en modo alguno. 3La fe y la creencia están firmemente arraigadas en la locura, y conducen la percepción hacia aquello que la mente ha considerado valioso. 4Pero la razón no participa en esto en absoluto. 5Pues si se aplicase la razón, la percepción cesaría instantáneamente. 6La razón no forma parte de la demencia, pues ésta depende enteramente de la ausencia de aquella. 7El ego nunca hace uso de la razón porque no es consciente de su existencia. 8Los que son parcial­mente locos tienen acceso a ella, y sólo ellos la necesitan. 9El conocimiento no depende de la razón, y la locura la mantiene afuera.
9. La parte de la mente donde reside la razón se consagró, de acuerdo con tu voluntad en unión con la de tu Padre, al des-hacimiento de la demencia. 2Ahí el propósito del Espíritu Santo se aceptó y consumó simultáneamente. 3La razón le es ajena a la demencia, y aquellos que hacen uso de ella han adquirido un medio que no puede dedicarse al pecado. 4El conocimiento está mucho más allá de lo que se puede lograr. 5Pero la razón puede servir para abrir las puertas que tú le cerraste.
10.Ya estás muy cerca de esto. 2Tu fe y tus creencias han cambiado y has hecho la pregunta que el ego nunca haría. 3¿No te dice tu razón ahora que la pregunta debe haber emanado de algo que tú no conoces, pero que aún así debe ser parte de ti? 4La fe y la creencia, apoyadas por la razón, producen forzosamente un cambio en tu percepción. 5Y con este cambio se le hace sitio a la visión. 6La visión se extiende más allá de sí misma, tal como lo hacen el propósito al que sirve, así como todos los medios para su consecución.

VI. La razón en contraposición a la locura
1. La razón no puede ver pecados pero sí puede ver errores, y propicia su corrección. 2No les otorga valor, pero sí otorga valor a su corrección. 3La razón te diría también que cuando crees estar pecando, estás de hecho pidiendo ayuda. 4No obstante, si no aceptas la ayuda que estás pidiendo, tampoco creerás que puedes darla. 5De modo que no la darás, y así no renunciarás a esa creen­cia. 6Pues cualquier clase de error que no haya sido corregido, te engaña con respecto al poder que reside en ti para llevar a cabo la corrección. 7Si dicho poder puede llevar a cabo la corrección, y tú no se lo permites, te estás negando la corrección a ti mismo así como a tu hermano. 8Y si él comparte contigo esta misma creen­cia, ambos creeréis estar condenados. 9Puedes evitarle esto a él y evitártelo a ti, 10pues la razón no facilitaría la corrección única­mente en ti.
2. No puedes aceptar o rechazar la corrección sin incluir a tu her­mano. 2El pecado mantendría que sí puedes. 3Mas la razón te dice que no puedes considerar a tu hermano o a ti mismo como un pecador y seguir percibiéndolo a él o percibiéndote a ti mismo como inocente. 4¿Quién que se considere a sí mismo culpable podría ver un mundo libre de pecado? 5¿Y quién puede ver un mundo pecaminoso y considerarse al mismo tiempo ajeno a ese mundo? 6El pecado mantendría que tú y tu hermano no podéis sino estar separados. 7Pero la razón te dice que esto tiene que ser un error. 8Pues si estáis unidos, ¿cómo ibais a poder tener pensamientos privados? 9¿Y cómo podría ser que los pensamientos que se adentran en lo que sólo parece ser tuyo no tuviesen ningún efecto en lo que sí es tuyo? 10Si las mentes están unidas, eso es imposible.
3. Nadie puede pensar por separado, tal como Dios no piensa sin Su Hijo. 2Eso sería posible únicamente si los dos morasen en cuer­pos. 3Tampoco podría ninguna mente pensar por separado a menos que el cuerpo fuese la mente. 4Pues únicamente los cuerpos pueden estar separados, y, por lo tanto, ser irreales. 5La morada de la demencia no puede ser la morada de la razón. 6Pero es fácil abandonar dicha morada si ves la razón. 7No puedes abandonar la demencia trasladándote a otro lugar. 8La abandonas simplemente aceptando la razón en el lugar que antes ocupaba la locura. 9La locura y la razón ven las mismas cosas, pero es indudable que las contemplan de modo diferente.
4. La locura es un ataque contra la razón que la expulsa de la mente, y ocupa su lugar. 2La razón no ataca, sino que, callada­mente, ocupa el lugar de la locura y la reemplaza si los dementes deciden escucharla. 3Pero los dementes no conocen su propia voluntad, pues creen ver el cuerpo, y permiten que su propia locura les diga que éste es real. 4La razón sería incapaz de eso. 5Y si tú defiendes el cuerpo en contra de tu razón, no entenderás lo que es cuerpo ni lo que eres tú.
5. El cuerpo no te separa de tu hermano, y si crees que lo hace estás loco. 2Pero la locura tiene un propósito, y cree también dis­poner de los medios que lo pueden convertir en realidad. 3Ver el cuerpo como una barrera que separa aquello que la razón te dice que no puede sino estar unido, sólo puede ser una locura. 4Y no lo podrías ver de ese modo si escuchases la voz de la razón. 5¿Qué puede haber que se interponga entre lo que es un conti­nuo? 6Y si nada se interpone, ¿cómo se podría excluir de otras partes lo que pasa a formar parte de cualquiera de ellas? 7Esto es lo que la razón te diría. 8Mas piensa en lo que tendrías que admi­tir si esto fuese así.
6. Si eliges el pecado en vez de la curación, estás condenando al Hijo de Dios a aquello que jamás puede ser corregido. 2Le dices, con tu elección, que está condenado, separado de ti y de su Padre para siempre, y sin esperanza de jamás poder retornar a salvo. 3Eso es lo que le enseñas, y aprenderás de él exactamente lo que le enseñes. 4Pues lo único que le puedes enseñar es que él es como tú quieres que él sea, y lo que eliges que él sea es lo que eliges para ti. 5Mas no pienses que esto es temible. 6Que estás unido a él es un hecho, no una interpretación. 7¿Cómo puede un hecho ser temible a menos que esté en desacuerdo con lo que tienes en más estima que la verdad? 8La razón te diría que este hecho es tu liberación.
7. Ni tu hermano ni tú podéis ser atacados por separado. 2Ni tampoco puede ninguno de vosotros aceptar un milagro sin que el otro no sea igualmente bendecido por él y curado del dolor. 3La razón, al igual que el amor, desea tranquilizarte, y no es su intención infundirte temor. 4El poder de curar al Hijo de Dios se te concede a ti porque él no puede sino ser uno contigo. 5Tú eres responsable de cómo él se ve a sí mismo. 6Y la razón te dice que se te ha concedido poder transformar su mente por completo -la cual es una contigo- en sólo un instante. 7Y cualquier instante sirve para llevar a cabo una completa corrección de todos sus errores y restituirle su plenitud. 8El instante en que elijas ser curado, en ese mismo instante se verá que se ha salvado comple­tamente junto contigo. 9Se te ha dado la razón para que entiendas que esto es así. 10Pues la razón, que es tan benévola como la fina­lidad para la que se emplea, te aleja constantemente de la locura y te conduce hacia el objetivo de la verdad. 11Y ahí te desharás de la carga que supone negar la verdad. 12¡Y ésa es la carga que es terrible, no la verdad!
8. En el hecho de que tú y tu hermano estáis unidos reside vues­tra salvación: el regalo del Cielo, no el del miedo. 2¿Consideras acaso que el Cielo es una carga para ti? 3En la locura lo es. 4Sin embargo, lo que la locura ve tiene que ser disipado por la razón. 5La razón te asegura que el Cielo es lo que quieres y lo único que quieres. 6Escucha a Aquel que te habla con raciocinio y que pone tu razón en armonía con la Suya. 7Resuélvete a dejar que la razón, sea el medio por el que Él te indique cómo dejar atrás la demen­cia. 8No te ocultes tras la demencia para escapar de la razón. 9Lo que la locura encubriría, el Espíritu Santo lo pone al descubierto para que todo el mundo lo contemple con júbilo.
9. Tú eres el salvador de tu hermano. 2Él es el tuyo. 3A la razón le es muy grato hablar de esto. 4El Amor le infundió amor a este plan benevolente. 5Y lo que el Amor planea es semejante a Sí Mismo en esto: al estar unido a ti, Él desea que aprendas lo que debes ser. 6Y dado que tú eres uno con Él, se te tiene que haber encomendado que des lo que Él ha dado, y todavía sigue dando. 7Dedica aunque sólo sea un instante a la grata aceptación de lo que se te ha encomendado darle a tu hermano, y reconoce con él lo que se os ha dado a ambos. 8Dar no es más bendito que recibir, 9pero tampoco es menos.
10. Al Hijo de Dios se le bendice siempre cual uno solo. 2Y a medida que su gratitud llega hasta ti que le bendijiste, la razón te dirá que es imposible que tú estés excluido de la bendición. 3La gratitud que él te ofrece te recuerda las gracias que tu Padre te da por haberlo completado a Él. 4Y la razón te dice que sólo así pue­des entender lo que tú debes ser. 5Tu Padre está tan cerca de ti como tu hermano. 6Sin embargo, ¿qué podría estar más cerca de ti que tu propio Ser?
11.El poder que ejerces sobre el Hijo de Dios no supone una ame­naza para su realidad. 2Por el contrario, sólo da testimonio de ella. 3Y si él ya es libre, ¿dónde podría radicar su libertad sino en él mismo? 4¿Y quién podría encadenarle, sino él a sí mismo cuando se niega la libertad? 5De Dios nadie se burla, ni tampoco puede Su Hijo ser aprisionado, salvo por su propio deseo. 6Y por su propio deseo es también como se libera. 7En eso radica su fuerza, no su debilidad. 8Él está a merced de sí mismo. 9Y cuando elige ser mise­ricordioso, en ese momento se libera. 10Mas cuando elige conde­narse a sí mismo, se convierte en un prisionero, que encadenado, espera su propio perdón para poderse liberar.

VII. La última pregunta que queda por contestar
1. ¿No te das cuenta de que todo tu sufrimiento procede de la extraña creencia de que eres impotente? 2Ser impotente es el pre­cio del pecado. 3La impotencia es la condición que impone el pecado, el requisito que exige para que se pueda creer en él. 4Sólo los impotentes podrían creer en el pecado. 5La enormidad no tiene atractivo, excepto para los insignificantes. 6Y sólo los que primero creen ser insignificantes podrían sentirse atraídos por ella. 7Traicionar al Hijo de Dios es la defensa de los que no se identifican con él. 8Y tú, o estás de su parte o contra él, o lo amas o lo atacas, o proteges su unidad o lo consideras fragmentado y destruido como consecuencia de tu ataque.
2. Nadie, cree que el Hijo de Dios sea impotente. 2Y aquellos que se ven a sí mismos como impotentes deben creer que no son el Hijo de Dios. 3¿Qué podrían ser, entonces, sino su enemigo? 4¿Y qué podrían hacer sino envidiarle su poder, y, como consecuencia de su envidia, volverse temerosos de dicho poder? 5Éstos son los siniestros, los silenciosos y atemorizados, los que se encuentran solos e incomunicados, y los que, temerosos de que el poder del Hijo de Dios los aniquile de un golpe, levantan su impotencia contra él. 6Se unen al ejército de los impotentes, para librar su guerra de venganza, amargura y rencor contra él, a fin de que él se vuelva uno con ellos. 7Y puesto que no saben que son uno con él, no saben a quién odian. 8Son en verdad un ejército lamentable, cada uno de ellos tan capaz de atacar a su hermano o volverse contra sí mismo, como de recordar que una vez todos creyeron tener una causa común.
3. Los siniestros dan la impresión de estar frenéticos, de ser voci­ferantes y fuertes. 2Mas no saben quién es su «enemigo», sino sólo que lo odian. 3El odio los ha congregado, pero ellos no se han unido entre sí. 4Pues si lo hubieran hecho no serían capaces de abrigar odio. 5El ejército de los impotentes se desbanda en presencia de la fortaleza. 6Los que son fuertes son incapaces de traicionar porque no tienen necesidad de tener sueños de poder ni de exteriorizarlos. 7¿De qué manera puede actuar un ejército en sueños? 8De cualquier manera. 9Podría vérsele atacando a cual­quiera con cualquier cosa. 10Los sueños son completamente irra­cionales. 11En ellos, una flor se puede convertir en una lanza envenenada, un niño en un gigante y un ratón puede rugir como un león. 12Y con la misma facilidad el amor puede trocarse en odio. 13Esto no es un ejército, sino una casa de locos. 14Lo que parece ser un ataque concertado no es más que un pandemó­nium.
4. El ejército de los impotentes es en verdad débil. 2No tiene armas ni enemigo. 3Puede ciertamente invadir el mundo y buscar un enemigo. 4Pero jamás podrá encontrar lo que no existe. 5Puede ciertamente soñar que encontró un enemigo, pero éste cambia incluso mientras lo está atacando, de modo que corre de inme­diato a buscarse otro, y nunca consigue cantar victoria. 6Y a medida que corre se vuelve contra sí mismo, pensando que tuvo un pequeño atisbo del gran enemigo que siempre elude su ata­que asesino convirtiéndose en alguna otra cosa. 7¡Cuán traicionero parece ser ese enemigo, que cambia tanto que ni siquiera es posible reconocerlo!
5. El odio, no obstante, tiene que tener un blanco. 2No se puede tener fe en el pecado sin un enemigo. 3¿Quién, que crea en el pecado, podría atreverse a creer que no tiene enemigos? 4¿Podría admitir que nadie lo hizo sentirse impotente? 5La razón seguramente le diría que dejase de buscar lo que no puede ser hallado. 6Sin embargo, tiene primero que estar dispuesto a percibir un mundo donde no hay enemigos. 7No es necesario que entienda cómo sería posible que él pudiese ver un mundo así. 8Ni siquiera debería tratar de entenderlo. 9Pues si pone su atención en lo que no puede entender, no hará sino agudizar su sensación de impo­tencia y dejar que el pecado le diga que su enemigo debe ser él mismo. 10Pero deja que se haga a sí mismo las siguientes pregun­tas con respecto a las cuales tiene que tomar una decisión, para que esto se lleve a cabo por él:
11¿Deseo un mundo en el que gobierno yo en lugar de uno que me gobierna a mí?
12¿Deseo un mundo en el que soy poderoso en lugar de uno en el que soy impotente?
13¿Deseo un mundo en el que no tengo enemigos y no puedo pecar?
14¿Y deseo ver aquello que negué porque es la verdad?
6. Tal vez ya hayas contestado las tres primeras preguntas, pero todavía no has contestado la última. 2Pues ésta aún parece temi­ble y distinta de las demás. 3Mas la razón te aseguraría que todas ellas son la misma. 4Dijimos que en este año se haría hincapié en la igualdad de las cosas que son iguales. 5Esta última pregunta, que es en verdad la última acerca de la cual tienes que tomar una decisión, todavía parece encerrar una amenaza para ti que las otras ya no poseen. 6Y esta diferencia imaginaria da testimonio de tu creencia de que a lo mejor la verdad es el enemigo con el que aún te puedes encontrar. 7En esto parece residir, pues, la última esperanza de encontrar pecado y de no aceptar el poder.
7. No olvides que la elección entre el pecado y la verdad, o la impotencia y el poder, es la elección entre atacar y curar. 2Pues la curación emana del poder, y el ataque, de la impotencia. 3Es imposible que quieras curar a quien atacas. 4Y el que deseas que sane tiene que ser aquel que decidiste que estuviese a salvo del ataque. 5¿Y qué otra cosa podría ser esta decisión, sino la elección entre verle a través de los ojos del cuerpo, o bien permitir que te sea revelado a través de la visión? 6La manera en que esta deci­sión da lugar a sus efectos no es tu problema. 7Pero tú decides lo que quieres ver. 8Éste es un curso acerca de causas, no de efectos.
8. Considera detenidamente qué respuesta vas a dar a esa última pregunta que todavía no has contestado. 2Y deja que la razón te diga que debe ser contestada, y que su contestación reside en las otras tres. 3Te resultará evidente entonces que cuando observes los efectos del pecado en cualquiera de sus formas, lo único que nece­sitarás hacer es simplemente preguntarte a ti mismo lo siguiente:
4¿ Es esto lo que quiero ver? 5 ¿Es esto lo que deseo?
9. Ésta es tu única decisión, la base de lo que ocurre. No tiene nada que ver con la manera en que ocurre, pero sí con el por qué. 3Pues sobre esto tienes control. 4Y si eliges ver un mundo donde no tienes enemigos y donde no eres impotente, se te proveerán los medios para que lo veas.
10.¿Por qué es tan importante esta última pregunta? 2La razón te dirá por qué. 3Es igual a las otras tres, salvo en lo que respecta al tiempo. 4Las otras son decisiones que puedes tomar, volverte atrás y luego volverlas a tomar. 5Pero la verdad es constante e implica un estado en el que las vacilaciones son imposibles. 6Puedes desear un mundo en el que tú gobiernas y no uno que te gobierna a ti, y luego cambiar de parecer. 7Puedes desear inter­cambiar tu impotencia por poder, y luego perder ese deseo cuando un ligero destello de pecado te atrae. 8Y puedes desear ver un mundo incapaz de pecar, y, sin embargo, permitir que un «enemigo» te tiente a usar los ojos del cuerpo y a cambiar de parecer.
11.El contenido de todas esas preguntas es el mismo. 2Pues cada una de ellas te pregunta si estás dispuesto a intercambiar el mundo del pecado por lo que el Espíritu Santo ve, puesto que es esto lo que el mundo del pecado niega. 3Los que ven el pecado, por lo tanto, están viendo la negación del mundo real. 4Sin embargo, la última pregunta suma a tu anhelo de querer ver el mundo real el deseo de permanencia, de tal forma que ese deseo se convierta en el único que tengas. 5Si contestas esta última pregunta con un «sí», añades sinceridad a las decisiones que ya has tomado con respecto a las demás. 6Pues sólo entonces habrás renunciado a la opción de poder cambiar de parecer nueva­mente. 7Cuando eso deje de interesarte, las Otras preguntas quedarán perfectamente contestadas.
12.¿Por qué crees que no estás seguro de que las otras preguntas hayan sido contestadas? 2¿Sería acaso necesario plantearlas con tanta frecuencia si ya se hubiesen contestado? 3Hasta que no se haya tomado la decisión final, la respuesta será a la vez un «sí» y un «no». 4Pues has contestado sin darte cuenta de que «sí’ tiene que significar «que no has dicho no». 5Nadie decide en con­tra de su propia felicidad, pero puede hacerlo si no se da cuenta de que eso es lo que está haciendo. 6Y si él ve su felicidad como algo que cambia constantemente, es decir, ahora es esto, luego otra cosa, y más tarde una sombra elusiva que no está vinculada a nada, no podrá sino decidir en contra de ella.
13.La felicidad elusiva, la que cambia de forma según el tiempo o el lugar, es una ilusión que no significa nada. 2La felicidad tiene que ser constante porque se alcanza mediante el abandono del deseo de lo que no es constante: 3La dicha no se puede percibir excepto a través de una visión constante. 4Y la visión constante sólo se les concede a aquellos que desean la constancia. 5El poder del deseo del Hijo de Dios sigue siendo la prueba de que todo aquel que se considera a sí mismo impotente está equivocado. 6Desea lo que quieres, y eso será lo que contemplarás y creerás que es real. 7No hay un solo pensamiento que esté desprovisto del poder de liberar o de matar. 8Ni ninguno que pueda abando­nar la mente del pensador, o dejar de tener efectos sobre él.

VIII. El cambio interno
1. ¿Son, entonces, peligrosos los pensamientos? 2¡Para los cuerpos sí! 3Los pensamientos que parecen destruir son aquellos que le enseñan al pensador que él puede ser destruido. 4Y así, «muere» por razón de lo que aprendió. 5Pasa de la vida a la muerte, la prueba final de que valoró lo efímero más que lo constante. 6Segu­ramente creyó que quería la felicidad. 7Mas no la deseó porque la felicidad es la verdad, y, por lo tanto, tiene que ser constante.
2. Una dicha constante es una condición completamente ajena a tu entendimiento. 2No obstante, si pudieses imaginarte cómo sería eso, lo desearías aunque no lo entendieses. 3En esa condición de constante dicha no hay excepciones ni cambios de ninguna clase. 4Es tan inquebrantable como lo es el Amor de Dios por Su crea­ción. 5Al estar tan segura de su visión como su Creador lo está de lo que Él sabe, la felicidad contempla todo y ve que todo es uno. 6No ve lo efímero, pues desea que todo sea como ella misma, y así lo ve. 7Nada tiene el poder de alterar su constancia porque su propio deseo no puede ser conmovido. 8Les llega a aquellos que comprenden que la última pregunta es necesaria para que las demás queden contestadas, del mismo modo en que la paz tiene que llegarles a quienes eligen curar y no juzgar.
3. La razón te dirá que no puedes pedir felicidad de una manera inconsistente. 2Pues si lo que deseas se te concede, y la felicidad es constante, entonces no necesitas pedirla más que una sola vez para gozar de ella eternamente. 3Y si siendo lo que es no gozas de ella siempre, es que no la pediste. 4Pues nadie deja de pedir lo que desea a lo que cree que tiene la capacidad de concedérselo. 5Tal vez esté equivocado con respecto a lo que pide, dónde lo pide y a qué se lo pide. 6No obstante, pedirá porque desear algo es una solicitud, una petición, hecha por alguien a quien Dios Mismo nunca dejaría de responder. 7Dios ya le ha dado todo lo que él realmente quiere. 8Mas aquello de lo que no está seguro, Dios no se lo puede dar. 9Pues mientras siga estando inseguro es que no lo desea realmente, y la dación de Dios no podría ser completa a menos que se reciba.
4. Tú que completas la Voluntad de Dios y que eres Su felicidad; tú cuya voluntad es tan poderosa como la Suya, la cual es un poder que no puedes perder ni en tus ilusiones, piensa detenida­mente por qué razón no has decidido todavía cómo vas a contes­tar la última pregunta. 2Tu respuesta a las otras te ha ayudado a estar parcialmente cuerdo. 3Es la última, no obstante, la que real­mente pregunta si estás dispuesto a estar completamente cuerdo.
5. ¿Qué es el instante santo, sino el llamamiento de Dios a que reconozcas lo que Él te ha dado? 2He aquí el gran llamamiento a la razón, a la conciencia de lo que siempre está ahí a la vista, a la felicidad que podría ser siempre tuya. 3He aquí la paz constante que podrías experimentar siempre. 4He aquí revelado ante ti lo que la negación ha negado. 5Pues aquí la última pregunta ya está contestada, y lo que pides, concedido. 6Aquí el futuro es ahora, pues el tiempo es impotente ante tu deseo de lo que nunca ha de cambiar. 7Pues has pedido que nada se interponga entre la santi­dad de tu relación y tu conciencia de esa santidad.

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