«Es el más sabio de los hombres, aquel que sabe
que no existe mayor don, que el de saber y compartir
ese saber con sus semejantes.»

El Maestro es un sembrador

Mensaje dirigido por Emmanuel…

Cuando se acerca la noche
es cuando recordamos que es necesario avivar el fuego…
y no antes.

Se dirige a uno de sus hermanos y le dice:

Esa fue la frase con la que comenzaste tu primer mensaje
aquella noche en la cueva, aquella oscura noche sin Luna,
cuando al fin después de que la revelación
se manifestó en ti, te atreviste por primera vez
a asumir tu papel de Maestro frente a aquellos
asustados nuevos discípulos, que al igual que nosotros
se habían atrevido a romper las reglas del Shabat,
para acudir al llamado.

Yo permanecí callado mirando el fuego,
mientras de tus labios antes sellados y silenciosos
surgía la nueva enseñanza, rauda y alegre
como los manantiales en primavera.

Sonreí mientras te escuchaba, pues sabía
que la semilla por fin había germinado en ti y que muy pronto
ya no haría falta que yo estuviera presente frente a tus ojos
para que la sabiduría fluyera de ti…
y de todos ustedes en quienes se había arraigado
y apenas entonces comenzaba a florecer.

Entendí en aquel momento la verdadera misión del Maestro,
lo que era en verdad su deber.

«El Maestro no era otra cosa que el sembrador»,
que primero quitaba las piedras
y luego convertía la dura tierra en lecho cómodo y mullido,
donde la simiente muy pronto germinaría
y rompiendo la barrera de la antigua raíz se elevaría gozosa
hacia los cielos, sin más limites que los que cada forma
y cada necesidad impusieran.

Y ahora dirigiéndose al grupo les dice:

Yo mismo les había dicho:

Antes que salvador o libertador,
quiero que me recuerden como a un Maestro,
como alguien que vino un día a enseñar algo hermoso,
dejando en cada uno de sus seres la semilla de esa belleza
y que luego al partir…
no pudo ver cómo cada semilla se volvió flor,
cada flor fruto y cada fruto semilla nuevamente.

Pues es ese el maravilloso ritmo de la vida en La Luz,
del olvido al renacimiento y del renacimiento a la plenitud,
de la plenitud al olvido y así cuantas veces sea necesario
para llevar la enseñanza, la sabiduría, el aprendizaje,
aprendiendo nosotros mismos mientras enseñamos,
recordando nosotros mismos cuando enseñamos a recordar.

Es pues el Maestro sólo sembrador,
es pues el discípulo tierra buena
donde prosperará la semilla,
que en su momento,
le volverá a su vez Maestro.

Cuentan que vivió una vez un hombre tan sabio
que llegó a entender la vida en su totalidad.

Al hacerlo, se retiró del mundo y se adentró
en las entrañas de la tierra en una profunda cueva,
pues no tenía ya el mundo nada nuevo que ofrecerle.

Este hombre vivió así sepultado muchos años,
tantos que la gente pensó que había muerto y lo olvidó.

Un día, cuando ya era muy anciano, este hombre
sintió deseos de ver a sus semejantes antes de partir…
penosamente abandonó su cueva y se acercó
a la aldea que su sabiduría le había hecho abandonar.

Y al llegar allí halló gente nueva, objetos nuevos,
palabras nuevas e historias nuevas… cosas estas
que no había conocido y ante las cuales se maravillaba.

Llegó por fin a la que había sido su casa antes de marchar,
halló allí gente a la que no conocía
y sólo una anciana que guardaba el fuego
pareció reconocerle.

Él la reconoció como su esposa
a quien abandonara cuando creyó ser
el más sabio de los hombres.

Tomó sus manos y le dijo:

Mujer, mujer, mírame, soy yo, tu esposo,
aquel que marchó un día pues pensó que el mundo
nada nuevo tenía que ofrecer a mi sabiduría.
He regresado a morir a mi hogar.

Mis días están contados y no he querido partir
sin ver una vez más a mis hermanos.

La mujer sonrió con nostalgia y le dijo:

Bien, te equivocas anciano, pues el señor de esta casa
fue tan sabio que marchó un día a alejarse de aquellos
que no compartíamos su inmensa sabiduría y se fue
a la morada de los sabios donde ahora reside
en eterna gloria junto con aquellos cuyo saber comparte.

Pero si tus cansados huesos quieren calor,
puedes quedarte un rato antes de seguir tu camino.

Y así, desconocido por todos tuvo que abandonar
a quienes eran sus hijos y nietos
y marchó rumbo a su montaña… donde murió en soledad.

Y es que, hermanos míos, es el más sabio de los hombres,
aquel que sabe que no existe mayor don,
que el de saber y compartir ese saber con sus semejantes.

Es el saber escondido como el estiércol,
que si es regado en su momento sobre el suelo que se prepara,
puede ayudar a la simiente a crecer fuerte y a resistir
la tormenta, pero si se deja y se esconde, es entonces desperdicio,
que sólo abona la cizaña y la separación,
que pierde su momento, se corrompe
y se vuelve inútil desecho que a nadie sirve.

Por eso el Maestro debe dar todo lo que mora dentro de sí
y estar listo para aprender también de sus discípulos,
pues nadie hay más errado
que aquel que cree que no tiene nada más que aprender.

Cada ser, cada persona, cada niño, cada anciano,
cada joven sonriente o cada hoja que cae,
tiene un mensaje para el Maestro,
él debe ser de gran corazón y de entendimiento abierto,
para poder leerlo, aprenderlo, hacerlo parte de sí…
y hacer llegar este nuevo trozo de conocimiento
a sus discípulos con alegría y con fe.
Es cada uno de ustedes un semillero,
pero no deben creer que por este motivo
son más grandes que aquellos a quienes enseñan.

Nada más lejos de lo cierto, pues es cada alumno
que se acerca en espera de respuesta… tierra nueva
y en esa tierra nueva, su antiguo saber germinará…
pero los frutos serán distintos en cada uno.

Es realmente un Maestro aquel que elevando su mirada
hacia estos nuevos frutos, sonríe y dice:

Quién podría imaginar en su momento…
que mi vieja simiente
ha dado tan bello y nuevo fruto.

Volviéndose a su hermano le dice:

Debes estar despierto, mi amado hermano y Maestro,
pues los tiempos que vives son tiempos de cambio…
y tu saber irá creciendo a medida que puedas aceptar
que cambia con los tiempos.

Existen en ti dones inmutables,
cuyo real valor no cambiará jamás…
pero la forma en la que transmites estos dones
ha de adecuarse en palabra y obra
al tiempo en el cual los entregas.

Has de estar abierto al nuevo saber, que siempre
será útil herramienta para hacer llegar a los otros
aquella verdad inmutable que mora en ti.

Cuídate de juzgar o de despreciar
aquello que no entiendes, pues con eso sólo limitas
la expansión de tu simiente.

Antes bien aprende, aprende, aprende.

Cada día lleva a ti un nuevo saber…
cada persona lleva a ti una nueva ley…
cada ser lleva a ti una nueva enseñanza.
Y será grande tu sabiduría
cuando admitas cuán pequeña es.

Y nuevamente se dirige al grupo para decirles:

Es tiempo de cambio, hermanos míos,
ustedes son los pájaros que llevan en alada danza
el antiguo y arcano saber,
con sus trinos y sus cantos…
también con sus manos laboriosas que tienden puentes
entre el ayer que no debió ser olvidado…
y el mañana para el que fue creado.

Con inmenso amor,

Emmanuel.

«No quiero ser líder,
sólo quiero,
de una manera sutil casi imperceptible…
sembrar el amor entre mis hermanos,
para que ellos lo cultiven
y brinden sus hermosos frutos…
frutos de consciencia.»

UN LUCERO.

El maestro es un sembrador

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