«Si deseas hablar con alguien y dar tu amor…
has de hacerlo mientras vive y respira…
mientras oye y es oído.

Pues nada vale brindar amor al recuerdo…
si no brindaste ese amor al ser presente frente a ti.»

El sentido de la vida es vivir.

¡Vivir es estar eternamente en el presente!

Mensaje dirigido por Emmanuel…

Querido hermano:

Es muy sencillo poder establecer ahora la secuencia
de unos hechos que en su momento parecieron aislados,
pero que al final siguieron todos en una misma dirección,
sin que ninguno de nosotros se percatara de ello.

Ahora puedo ver al pasado
sin que él pueda producir miedo o dolor,
pues es sólo un recuerdo.

Y los recuerdos sólo pueden dañar
cuando pretendes cambiarlos
a sabiendas de que eso es imposible.

Es hoy en día tan fácil decir que una tarde de Pascua,
luego de una larga conversación con mi Madre,
decidí partir en busca de la verdad…
o al menos de esa parte de la verdad
que pudiera curar mi infinita tristeza y mi absurda inquietud.

Madre me habló del cambio
y de un tiempo muy lejano entonces,
en que todos los hombres despertarían
y serían como yo, como el amado Joha
o como los parientes del Norte.

Yo apenas había comenzado a ver y reconocer en mí,
cualidades tan diferentes a las de los otros
y similitudes tan manifiestas,
que por un lado me hacían sentir separado de mis semejantes
y por el otro me hacían sentir tan parte de ellos,
que me resultaba difícil conocerme en medio de ellos
como un ser individual.

Mi desazón y angustia se incrementaba día tras día
y los signos de la adultez se hacían manifiestos.

Mi cuerpo hasta ayer de niño, comenzaba a ser
cuerpo de hombre y la dualidad que al principio era sólo
un leve resplandor en las sombras, se hacía luz constante
que iluminaba cada paso y cada camino.

El llamado de las tradiciones se hacía manifiesto,
muy pronto debería hallar mujer
y comenzar mi propia familia.

Pero yo me preguntaba:

¿Cómo podría educar a un niño hijo de mi sangre,
si aún no sabía distinguir yo mismo entre la noche y el día…
entre la vida y la muerte?

Por eso partí aquella madrugada sin saber qué buscaba,
pero consciente de que buscaba…
consciente de que era un buscador de preguntas
para las que mi Ser manifestaba las respuestas…
y ése era el mejor motivo por el cual partir.

Deposité un beso en la frente de mi Madre
y partí en silencio, convencido de que al regresar
lo haría sin dudas y totalmente dispuesto a ser
aquello que debía ser y no otra cosa.

Amado Santiago, el camino fue largo… me llevó
a muchos diferentes pueblos y a millares de personas.

El camino era un río de miradas y gestos,
de palabras y manos que se tendían ante mí…
eterno e insondable.

Hablé con hombres de innegable sabiduría,
quienes me enseñaron tanto y dedicaron a mi Ser días enteros,
con el fin de hacerme sabio y entendido
en los asuntos de la Tierra y el hombre.

Hablé con hombres sencillos quienes me explicaron
la razón de las estaciones y las flores,
cómo las abejas hacían la miel
y los pájaros cantaban.

Ellos dedicaron jornadas enteras a hacerme un ser útil
y listo para emprender mi vida de hombre
entre mis hermanos.

Hablé con niños que me descubrieron la vida
con asombro y ventura.

Escuché pájaros de miles y muy diversos cantos.

Entendí el aroma de flores grandes y pequeñas…
cuyas fragancias eran tan diferentes
como los ojos de todos los hombres.

Caminé sendas en el desierto bajo el Sol quemante
e inmisericorde.

Recorrí caminos helados donde los pies se deslizan
sobre la fría superficie del hielo.

Descubrí que tanto el Sol como el hielo
quemaban…
que la soledad del desierto
y la soledad de la cumbre helada
sólo diferían en el paisaje,
pues eran la misma soledad.

Y aprendí que el hombre necesita al hombre,
como el pájaro al pájaro y la simiente a la tierra…
pues no es posible que el hombre pueda ser,
si no comparte sus vivencias con su hermano.

Crucé tantos ríos, ríos de aguas tranquilas
como las tardes de verano cuando Madre separaba las judías
y prensaba los olivos para sacar el aceite.

Ríos de aguas violentas
como las tardes de recolección de impuestos
y los discursos de los afectados
clamando por justicia ante Elohim.

Ríos de aguas claras como los ojos de los niños,
y de aguas turbias como los de los miembros del Sanedrín…
pero en todas partes hallaba la misma gran pregunta:

¿Cuál era el propósito de mi existencia,
de mi dualidad,
de mis diferencias y semejanzas
de mis dones y mis deficiencias?

En fin, ¿Cuál era el propósito
de mi presencia en el mundo
y de mi presencia bajo las estrellas?

Nadie en el camino, nada en el camino,
ni fuera de él, lo podía responder.
Recordaba a Joha en el río, cuando decía:

«la vida de un hombre es…
una gota de agua en la corriente del río
de todas las vidas.»

Y así como esa gota de agua
se pierde en el río…
si sacásemos esa gota de agua,
también se perdería el río.

Pues todo es parte de todo.

Yo seguí mi camino amado Santiago,
y el camino parecía no acabar nunca.

A veces tenia hambre y sed…
y otras presenciaba la injusticia…
a veces era testigo de la dicha,
y algunas otras de la tristeza…
del nacimiento y de la muerte,
de la siembra y de la cosecha.

Aprendí de cada segundo que es irrepetible…
que no valen las excusas cuando ya se ha ido.

Aprendí de cada ser que es irrepetible…
que no valen las excusas cuando ya se ha ido.

Que si deseas hablar con alguien y dar tu amor…
has de hacerlo mientras vive y respira…
mientras oye y es oído.

Pues nada vale brindar amor al recuerdo…
si no brindaste ese amor al ser presente frente a ti.

Creí que era yo quien buscaba el camino,
no sabía que era el camino quien me buscaba.

Pues me iba llevando sin yo saberlo,
cada vez más y más cerca de mí
y luego más y más dentro de mí.

Hasta que el camino y yo fuimos un mismo Ser.

Fue entonces cuando entendí
que la búsqueda y el buscador…
son lo mismo.

El encuentro y quien encuentra también son lo mismo.

Por eso aquella tarde, cuando ya mi dualidad
se había hecho tan manifiesta,
que cada ser que se acercaba a mi camino
la sentía y la vivía… sin percatarse de ello,
cada hermano que se acercaba compartía el despertar
y se iba de mi lado lleno de la sabiduría
y la paz que daba la sabiduría de entender,
que no existe mayor conocimiento, que el conocimiento
de uno mismo, que no puedo decir que sé algo
o que conozco algo, si no sé quien soy y no me conozco.

Esa tarde el camino y el caminante
llegaron al final de una vía que conducía a un abismo.

Era ese abismo profundo…
y lleno de rocas escarpadas a lo largo de la caída.
El camino y el caminante se hallaron entonces
ante la duda de asumir la caída…
y la muerte como consecuencia lógica o seguir aquella voz…
eternamente presente en el corazón y la mente que decía:

En plena dualidad y Luz,
en plena Luz y conciencia
y en pleno Ser dual y único,
no existe ya la muerte y el temor…
sino más bien, la eterna permanencia y La Luz.

Temí porque dudé en adentrarme en el abismo
que mi propio temor ahondaba.

Temí a lo que era la muerte y al fin que ella significaba.

Viví la agonía de la duda y la separación del Padre,
el temor de haber vivido una vida inútil y desperdiciada
y la duda de haber desperdiciado mi tiempo
buscando una respuesta… para la pregunta que no hallaba.

En ese momento caí desvanecido,
mientras otra parte de mi
se hacía libre y flotaba sobre mi ser yacente…
mientras iba al encuentro con una luz
que no era otra que La Luz…

La Luz primordial y pura
de la que había manado la vida en un principio.

Ya libre del temor a la muerte
que da la conservación del cuerpo…
me adentré en aquella Luz, plena de amor…
y sin dudar repetía:

Haz en mí, lo que debas hacer…
Haz de mí, lo que debo Ser…

Haz de mi Ser, emanación de tu Ser…
Y de mi Luz, emanación de La Luz.

Callé y en el profundo silencio del reconocimiento
supe al fin la pregunta:

¿Cuál era el sentido de la vida?

Y su inmensa respuesta, pura, luminosa y manifiesta:

«El sentido de la vida es vivir.»
¡Vivir es estar eternamente en el presente!
Es acercarse a cada minuto,
plenamente consciente y gozoso, porque se nos permite vivirlo
en su condición de minuto único e irrepetible.

Mi cuerpo cambió
para poder recibir a mi esencia,
ahora, Plena de Luz.

La conciencia de mi Ser, como humano,
se hizo grande e ilimitada
y envolvió en el amor a todos mis hermanos.

Y mi conciencia de Ser, inmortal,
se hizo una con el tiempo eterno y entendió.

Por eso al regresar, no temí,
viví cada humano momento,
profunda y humanamente sin negar mi parte divina
y sin negar un sólo hecho de mi parte humana.

Sólo me dediqué a Ser
«plenamente»…
y a vivir mi Ser…

A ayudar a mis hermanos a Ser,
más allá de leyes y dogmas,
más allá de tradiciones y mitos.

El hombre del mañana será «plenamente»,
entonces ya la guerra…
ya la separación y sus males
serán erradicados pues el Ser que Es…
no puede dañar, ni dejar,
ni abandonar el río de Seres que son…
del cual forma parte.

Sé, mi amado Santiago.
Sé, «plenamente»…
y vive al Ser
en pleno amor de la existencia
pura, plena y universal.

Porque cuando se Es…
se es amor…
y se es eternidad…
y vida.

Te quiere en el Ser,

Emmanuel.

De las prisiones sin rejas

es difícil escapar

Jose Narosky

Vivir en el Presente

1 comentario en «EL SENTIDO DE LA VIDA ES VIVIR. ¡ VIVIR ES ESTAR ETERNAMENTE EN EL PRESENTE !»

  1. Gracias Mario Gluzman por regalarnos estos escritos, intemporales pero siempre con la frescura de quien acabando de «despertar» todo lo siente y lo ve con ojos nuevos, desde la dimensión del espíritu, para experimentar con sorpresa que aumenta su resistencia y su fuerza para afrontar cualquier adversidad, de ahí su universalidad e intemporalidad.

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