«El hombre acostumbra imaginar la vida como un árbol frondoso…
lleno de infinitas hojas que nunca ha de perder.»

¡Gracias a la Vida!

Mensaje dirigido por Emmanuel…

Querido hermano:

Es la distancia el mejor motivo para que recordemos
aquellos momentos, aquellas circunstancias y tiempos
que alguna vez fueron muy importantes para nosotros.

Aunque es cierto que no existe nada que pueda llamarse
separación entre los hermanos.

Es cierto también que la diferencia de circunstancias
a veces hace muy difícil la unión, el encuentro…
la comunión real de las almas.

Es por eso que me tomo estos momentos,
para hacerte llegar por esta vía aquellas reflexiones
que en su momento no te hice.

Triste hábito el de un hombre
el postergar eternamente las acciones…
pensando que siempre habrá un mañana
en el cual realizarlas,
sin percatarse que a veces ese mañana,
que aún no le pertenece,
pues aún no existe…
puede colocarle muy lejos…
y hacer que la acción que debía realizarse
se retarde o se haga imposible.

Acostumbra imaginar la vida como un árbol frondoso…
lleno de infinitas hojas que nunca ha de perder.

Pero siempre olvida que en su momento llegará la helada,
el árbol perderá sus hojas…
y quizás la nueva primavera lo coloque muy lejos
de la tierra en la que germinó su semilla.

Hoy, tan lejano, en este bello mundo que llamo hogar,
pero con los recuerdos de mi existencia a tu lado,
frescos y brillantes como frutos en sazón,
respondo a tus preguntas y comparto mis reflexiones.

Quizás para hacerte entender
que la distancia entre nosotros no existe.

Quizás, ahora que eres el Maestro puedas usarlas
para responder las preguntas que otros te hagan.

Recuerda, Santiago,
responder ahora que oyes y eres oído…
ahora que la distancia entre tú y tu discípulo,
es la distancia del abrazo… del calor humano…
No pienses que estarás mañana allí para responder.

Mas bien olvida esa «palabra engañosa» …
«mañana» y responde hoy… pues así
no tendrás en un futuro las respuestas alejadas del oído
que en su momento las necesitó.

Querido Santiago:

¿Recuerdas la mañana siguiente a la partida
del viejo Saúl?

El viejo Saúl, siempre molesto y quejumbroso,
preguntándose siempre:

¿Qué le había dado la vida?

¿Cuál había sido el premio
a su vida de trabajo y penurias?

Saúl, quien se acercaba a nosotros y nos decía que el Padre
para él no existía, pues nunca le había dado algo más
que trabajo, enfermedades y despedidas.

Y por más que tú, yo y todos los demás
nos dedicábamos a mostrarle
lo hermoso de la vida…
el don precioso de la vida…
la enseñanza de cada día…
lo único y valioso de su vida…
él simplemente volteaba su espalda y nos decía:

Tonterías de jóvenes esa de andar buscando
padres amorosos en medio de las tripas malolientes
de los pescados que trabajosamente arrebataban al mar.

Si el Padre les amara tanto…
saltarían los peces a su barca desde el mar,
ellos mismos se limpiarían y se prepararían para la cena.

Tantas veces tratamos de convencerlo
de que el trabajo en sí, era también una forma de crecer…
y por eso, debíamos agradecerlo.

Pero él no lo aceptaba.

Y se marchaba furioso blasfemando e insultando nuestras
palabras o nuestros hechos… nos llamaba crédulos,
tontos… y nos decía que de prensarnos a todos,
no se extraería de nuestras carnes y sangre
ni un dracma de buen sentido o de sabiduría.

La noche de su enfermedad todos acudimos
a su lecho solitario, aún cuando sabíamos que nuestra
presencia le era odiosa, también intuimos que más odiosa
le sería la soledad de sus últimos momentos…
ya que su mal talante le había granjeado
la antipatía de toda la aldea.

No te lo dije nunca, pero cuando me quedé
a solas con él, su boca se abrió para pedirme
que hablara con el Padre y le pidiera alivio para su dolor,
ya que creía que lo merecía,
al menos esto, pues la vida nunca le había dado nada.

Yo posé mi mano sobre su frente caliente,
le di todo el amor que realmente le profesaba…
y aliviando su alma del peso de aquella terrible idea
de injusticia que siempre le había acompañado…
le hice un comentario jocoso sobre la vida y la muerte.

Y al sonreír se durmió en el plácido sueño…
que al alba le depositó sereno
en los brazos de su nuevo estado.

Se acercaron ustedes para preguntarme:

¿Por qué había velado toda la noche a aquel
de cuya boca sólo había recibido insultos y agravios?

Me recordaron las veces en que me había llamado
«apestoso pescador» y las veces en que había lanzado
a mi espalda alguna piedra cargada de amargura.

Y les pregunté:

¿A quién debía yo velar en su lecho de muerte?

¿Si a mi Madre o al viejo Saúl?

Todos me miraron asombrados por la pregunta…
y solo tú, Santiago, te atreviste a contestar:

¡A nuestra Madre, por supuesto!

Y yo te pregunté:

¿Crees tú, Santiago, que la muerte de mi Madre…
estará llena de rencor, tristeza,
soledad y apatía?

Todos respondieron que no…
pues la Madre, al morir estaría rodeada de aquellos
en los que había sembrado ese amor incondicional
y eterno que depositaba en todos.

Estarían sus hijos, sus amigos y todos los que
la amaban a su lado para despedirla con amor.

Entonces, abandonando ya el lecho
del que ahora finalmente descansaba, les dije:

Pues entonces mi Madre no me necesitará
en su lecho de muerte, pues habrá a su lado
amor en demasía para hacer más fácil su tránsito…
recibirá allí el fruto de las buenas horas de su vida
y se irá en paz.

Pero Saúl…
a Saúl sólo le esperaba la muerte solitaria y dolorosa
de quien hizo con su vida senda solitaria y penosa.

Y si bien debe el hombre en su vida
recoger sólo aquello que ha sembrado …

es también cierto que,
muchas, muchísimas veces deberá el labrador
compartir su fruto con aquel cuyo campo
dañó la tormenta o destrozó la helada.

Pues de no hacerlo así, tendrá él en demasía,
lo que su hermano no disfrutará.

¿Y puede alguien sonreír feliz de compartir su cosecha
con sus amigos… a sabiendas de que en la casa pobre
del otro lado de su campo… medra alguien llorando
y gimiendo bajo el peso de su miseria y su soledad?

Pues siempre el que más tiene para dar,
tendrá amigos a su alrededor que le acompañen.

Pero aquel que ha sufrido y ha secado su pozo…
sólo es acompañado por la soledad y la penuria.

Quise decirte aquel día, Santiago, que no era Saúl
más importante para mí que mi Madre, pero que
las circunstancias y la amargura de Saúl requerían más
del amor incondicional, que aquella cuyo amor infinito
había germinado en los corazones de tantos y tantos.

Y que si bien era cierto que Saúl
había vuelto su espalda al Padre y al Amor…
que era amargo su pan, porque su boca era amarga…
era amarga su boca, porque su corazón lo era también…
y era oscura su estancia porque su interior también lo era…
también era cierto que por todo esto
era el que más necesitaba nuestro amor
y nuestra comprensión…
¡No das el pan a los hijos de la viuda acaudalada
que es transportada en su silla por cuatro esclavos
ricamente ataviados!

¡No!

Vas y das a la puerta del Templo
el pan a los hijos de la viuda pobre
cuyos rostros muestran el hambre…

Y no le dices a la viuda rica:

Ven que aquí en mi casa tengo ropas viejas
que pueden cubrir la desnudez de tus hijos.

¡No!

Vas y recoges aquello que sabes que puedes reponer
haces un bulto y lo llevas a las manos de la pobre mujer…
pues es ella la que lo necesita en realidad.

Sientes tu corazón grande de felicidad,
pues has sentido en tu corazón,
donde late el corazón de la mujer pobre y sus hijos…
el alivio que tu acción ha causado…

Y vuelves a tu hogar ligero de ánimo, como el pajarillo
que entrena sus alas en la primavera.

Quise decirte que es aquel blanco de todos los odios
y todas las injurias… quien más requiere de tu perdón
sincero… aun cuando de su boca salgan insultos.

Pues:

¿No es él, acaso, aquel cuya boca es amarga,
porque su corazón es amargo?

¿No es la amargura de él,
la que te hace entender tu dulzura?

¿Y su soberbia,
la que te hace feliz en tu humildad?

¿Es su locura la que te hace valorar tu cordura
y su soledad fruto lógico de su conducta…
la que te hace valorar el abrazo del amigo
y la cálida presencia de tu amor?

Es él, querido Santiago,
quien más requiere
de tu presencia, aún lejana…
de tu perdón, aún lejano…
y de tu amor, aún en la distancia.

Pues triste será su final… sin una mano amorosa,
que cierre amablemente los ojos…
que temerosos enfrentarán
el desconocido camino donde deberán transitar.

Te quiere,

Emmanuel.

«Si deseas miel,
da miel…
para que recibas miel.»

Emmanuel

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