«No existen fórmulas para la oración.
No es necesario que vistas ropajes especiales…
ni que coloques tus manos o pies en un sitio o forma especial.»
«…debemos hacer de nuestras vidas una oración.»
La Oración
Mensaje dirigido por Emmanuel…
Querido hermano:
¡Cuántas veces nos hemos detenido a orar,
a recordar en nuestras meditaciones
a aquellos que están sumidos en el infortunio!
Realmente, profundamente, nuestros corazones
han elevado una plegaria por todos ellos, implorando
fortaleza y fe para sus seres, tratando de insuflar
nuevas esperanzas en sus abatidos corazones.
Al igual que en esa ocasión, frente a aquel mar
que no puede llamarse como tal, sombrío y sereno
donde ni un ave se atreve a graznar, vimos caer
a un pajarillo, nos adentramos en aquellas penosas aguas
para socorrerlo y lo salvamos
e hicimos todo lo posible por lograr que su ala,
dañada por quien sabe qué circunstancia, sanara.
Así la oración ha de ser no sólo pasiva contemplación
del dolor ajeno, sino que debe incluir muchas veces,
muchísimas veces, nuestra real participación
en la sanación de la circunstancia.
Es la oración real y sincera
el único puente que se tiende entre el ser y su esencia.
Ella ha de ser real, ha de ser sincera y nadie hay que pueda
falsearla o mentirla… pues no es orar el repetir
una vieja fórmula delante de la asamblea.
No, querido hermano, la oración es un acto íntimo
y profundo que no incluye a nadie más que al que ora,
que acerca al ser a su esencia luminosa.
Nada hay más errado que creer
que porque repitas una vieja fórmula
en el umbral de tu casa o al ir a dormir
o al despertar… eso es orar.
Antes bien, la oración está presente en ese momento del día
en que necesitas una ayuda, un poco más de luz en tu senda,
o un poco más de amor en tu corazón…
puede ser breve como un suspiro,
o larga como una noche sin sueño
en la que dediques tu consciente intención
a iluminar tu ser.
Cuando oramos por el hermano que mora en ti,
¡por ti mismo lo haces!
Cuando ves a tu hermano en desgracia
y oras por él…
es por tu propia desgracia por quien lo haces.
Pero no debes contentarte sólo con orar
y así sentirte magnánimo ante la desgracia del doliente.
No, porque si no existe en ti real intención de auxiliar al que sufre,
la oración se convierte entonces en acto vacío
que no lleva intención de sanar, ni de ayudar,
ni de consolar.
No temas tender la mano al que ha caído,
no importa que en el hecho
tu propia mano se ensucie.
No, antes bien acude presto a ayudar y haz de ese acto
una oración… es decir hazlo conscientemente y en plena Luz.
Así, no sólo habrás ayudado al caído,
sino que además…
habrás iluminado con tu oración
la senda de ambos.
No existen fórmulas para la oración.
No es necesario que vistas ropajes especiales…
ni que coloques tus manos o pies
en un sitio o forma especial.
Sólo es necesario que esté tu esencia,
entera y conscientemente presente
y no importa si oras al caminar o al comer
o al despertar.
Ella es dulce bálsamo de amor y reconocimiento…
y así debe estar viva en tu corazón.
Cuentan de un hombre que sabía agradecer
cada instante de sus días y que a su alrededor
todo lo bello y bueno florecía.
Todos murmuraban, porque no veían nunca
a este hombre en el Templo y no hacía caridad a la vista
de todos como los demás, ni se cubría ni repetía
las viejas palabras ante el velo del Templo como los demás.
Pero aún así, su hacienda era próspera
y su salud buena.
Y múltiples los hermanos que agradecían de él una ayuda,
una palabra buena o una buena enseñanza.
Un día se acercó un Sacerdote del Templo y le dijo:
¿Es posible que el Padre
bendiga tan abundantemente a alguien
cuya presencia no ve jamás en el Templo donde mora?
El hombre sonrió ante la amargura que derramaba
la boca del Sacerdote impío y le respondió:
¿Crees tú que el Padre es grande?
A lo que el Sacerdote respondió que sí.
¿Que tan grande?… Volvió a preguntar el hombre.
¡Inmensamente grande!… Respondió el Sacerdote.
¡Y si es tan grande!…
¿Cómo puedes encerrarlo
entre las cuatro paredes de tu Templo?
El religioso no sabía que responder…
pero en el corazón del hombre no había sentimiento
de triunfo ante el Sacerdote enmudecido.
Y así, tomando una flor en su mano,
la ofreció al hombre santo y le dijo:
Yo oro en este momento por esta bella flor
fruto del Amor del Padre,
y te la ofrezco a ti,
fruto bellísimo de Su esencia.
Oro en este momento por toda la vida
y los dones que tanto tú, como yo, como ésta flor,
hemos recibido del Altísimo.
No temas que mi alma no sea bendecida
por no ir cada día de rigor
a tapar mi cabeza frente al velo del Templo.
Pues aquí en este momento estoy en Su presencia
y recibo de Él todo el amor y bendiciones
que para mí ha creado.
Como Él está presente en mi ser
doquiera que voy…
Su Templo va conmigo.
Y constantemente oro ante Él
con cada hecho de mi vida.
El religioso tomó la flor casi con reverencia
y sin decir más marchó a su Templo,
convencido de que aquel hombre
quizás en su forma muy particular,
era también el Sacerdote de un Templo
muchas veces más grande que el suyo.
Así hermano,
debes hacer de tu vida una oración.
Ofrecer cada instante, cada momento al Padre,
activamente embelesado con Sus dones,
feliz de poder ser Su instrumento
para la ayuda y sanación de tus hermanos.
Debe ser tu oración activa como el viento…
que bendice al Padre al rizar las olas.
Y ha de ser dulce como la miel
que bendice al Padre al endulzar tus labios.
No es orar quedarse a llorar quejumbroso
ante el dolor ajeno… y pedir al Padre que lo socorra.
Mas bien, orar es, correr al hogar donde mora el que sufre
y ofrecer tu ayuda… mientras tu ser
eleva en ese momento una plegaria por el doliente,
una activa plegaria por el que sufre.
Cuando meditas y te adentras en ti
para llegar a la Luz propia y Primigenia que guardas dentro…
no precisas de otra luz para que guíe tu camino
hacia tu interior.
Antes bien, te haces luz de estrella y sigues adelante.
Asimismo, cuando pides ayuda al Padre,
no debes esperar que alguien más traiga consigo el socorro,
debes transformarte en ayuda
y hacer tu trabajo gozosamente.
Es por eso que hoy,
en medio de esta oscuridad que cubre tu horizonte,
te recuerdo que no debes quedarte únicamente
con la oración pasiva y contemplativa,
sino que debes abandonar tu cómodo hogar
y salir a cumplir tu misión gozoso y activo,
haciendo de cada uno de los actos de tu vida,
una oración…
una bella y fragante oración…
Que sea como una hermosa flor
que ilumine tu hogar interior.
Te quiere, tu hermano,
Emmanuel.
Serás lo que debas ser,
o sino no serás nada.
JOSÉ DE SAN MARTÍN
1778 ~ 1850