Ya sabéis que no existe nada
que pueda llamarse culpa.
En el corazón del hombre
hay solo caídas…
de las que debe levantarse.

“Les imploro que hoy
os acerquéis a vuestro espejo”.

Es muy difícil luchar
contra aquello que nos negamos a ver
o a aceptar como parte de nosotros mismos.

Durante muchos años y a medida que creemos crecer,
escondemos dentro de nuestra mente
y de nuestro corazón
muchos y muy diversos temores,
o ideas o actitudes que consideramos malas
o que nos cuidamos de mostrar
porque pensamos que son
«malas» o «desagradables».

Y así
pasamos mucho tiempo de nuestras vidas sobre la tierra,
negando días enteros de nuestra existencia,
sin detenernos jamás a preguntarnos:

si realmente son tan malos o desagradables
o si sencillamente lo fueron en su momento
y aun no hemos podido perdonar,
la acción, el pensamiento,
la circunstancia o el recuerdo de aquello
que nos hirió y nos marcó tan profundamente.

Y por esto,
cuando estos
«malos» o «desagradables» recuerdos
aparecen en nuestros sueños
o en nuestros pensamientos,
corremos a ocultarlos,
“como quien esconde con vergüenza
su desnudez o su defecto”.

Vivió en un pueblo lejano un hombre
a quien la providencia bendijo con seis hijos:

Tres doncellas
de hermosa apostura y bello semblante…
con ojos luminosos como la mañana
y bocas rojas como la granada.

Dos hijos
fuertes y robustos.

Y una niña…
la última,
fea y poco agraciada
cuyo cuerpo torcido y enfermo,
era motivo de tristeza para sus padres y hermanos.

Con suma tristeza recordaban ambos padres
el día de su nacimiento,
cuando en medio del estupor
que su cuerpecito recién nacido
provocaba en sus familiares,
dijeron ambos,
tanto su padre como su madre:

Esto tiene que ser un castigo
que se ha abatido sobre nosotros,
por la excesiva vanidad
de la que hemos hecho gala con nuestros otros hijos.

Y así la ultima niña,
que se llamaba Batsheva,
era el gran secreto…
la gran evitada,
la que dormía en el lado más oscuro de la casa
y a la que nadie presentaba.

Bien pronto las hermosas doncellas hallaron sus parejas,
marcharon lejos a formar sus hogares
y los hombres a su tiempo hicieron lo mismo.

Y quedaron los ancianos padres,
acompañados solo de Batsheva,
quien con su dulzura y profundas reflexiones
hacia más llevadera la vejez de sus padres.

Y es que Batsheva desde su rincón oscuro,
siempre tenia una enseñanza,
un consejo.

Era su voz profunda y suave como el fondo de los lagos
y de cada circunstancia sacaba una enseñanza,
un nuevo saber.

Así lo sabían sus hermanos y así sus sobrinos
y siempre que en cada una de sus casas
surgía un problema o se hacía necesario un consejo,
todos acudían al oscuro rincón de Batsheva
y allí su suave voz y sus reflexiones,
les ayudaban a resolver los asuntos más difíciles,
o la más extraña de las dudas.

Cuando a su tiempo la vieja casa se quedó vacía,
los sobrinos de Batsheva
al ser preguntados
sobre lo que más atesoraban de su infancia,
respondían sin duda alguna¬:

«Que lo más limpio y luminoso de sus días de juventud,
era el oscuro rincón donde les recibía la tía Batsheva».

Y es que aquello que nos empeñamos en no ver,
en ocultarnos a nosotros mismos,
aquellos recuerdos feos y dolorosos…
siempre, siempre,
tienen algo que enseñarnos,
que ayudarnos a entender,
que señalarnos como advertencia
para evitar nuevos errores.

Pero, si nos negamos a ver,
a recordar…
una y otra vez
volveremos a sufrir la misma pena
y volveremos a encarar la misma fealdad.

Porque como los padres de la historia de Batsheva,
aceptamos como obras nuestras
los hijos bellos y luminosos,
los buenos días,
la gloria y la abundancia,
la salud y la riqueza.

Pero ante los malos días,
los días de errores y desaciertos,
los días de tristeza y pesadumbre,
esos días en que recibimos golpes
o injusticias…
los días de terror y de desilusiones,
los de pesadillas y lágrimas,
ante esos días no vacilamos en decir:

Esto es un castigo que recibo por tal o cual acción
y cuando pasa la tormenta,
comenzamos a jugar a olvidar,
a negarnos la existencia de aquel hecho
y al final nos obligamos a olvidar.

Y puede entonces más el dolor,
que la enseñanza que ese dolor,
que ese golpe,
que esa fealdad
nos haya podido dejar.

Hoy vuelven sus ojos al cielo
y claman misericordia
por el castigo que piensan que se les avecina,
la calamidad se les hace insoportables
y la esperanza de un mañana
se ha vuelto muy, muy lejana
y muy, muy difícil de imaginar.

Pero saben que en su interior hay recuerdos oscuros,
fechas luctuosas y dolorosas
de las que debieron aprender algo en su momento,
pero que aún hoy juegan a olvidar
y se obligan a no recordar.

Y yo les digo, hablándoles
desde el profundo amor
que siento por ustedes
mis siempre amados hermanos:

Que hasta que no vuelvan sus ojos a su interior
y revivan cada feo recuerdo,
cada forzadamente olvidada pesadilla,
cada acto de injusticia o prepotencia,
de maldad consciente o inconsciente,
cada insulto incoherente,
cada una de las facetas de fealdad
que existen en cada uno de sus corazones,
los revivan
y finalmente comprendan
la enseñanza que esa circunstancia,
acción, lágrima
o dolorosa experiencia dejó en su hogar interior
y se atrevan a sanar cada dolor,
cada sentimiento y cada emoción,
atreviéndose a ver aquellas partes de ustedes
que han escondido en el lugar más oscuro…
porque en este rincón han escondido las partes «feas», las partes «malas»,
las partes «desagradables» de sus vidas.

Y ahora que ven la fealdad,
la maldad y lo desagradable,
allí frente a sus ojos…
muy interiormente,
pero fuertemente,
sienten que esa parte velada de su realidad se resiente,
pues solo puede reconocer la fealdad quien la ha visto,
la maldad quien la ha sufrido o ejercido
y lo desagradable quien ha sentido su sabor en su boca
y su amargura en el centro de su pecho.

Y es por eso que este tiempo de tribulación
es la desagradable medicina
que debe tragar el hombre,
para poder encaminarse hacia su sanación.

Que será sanación de uno
y sanación de todos.

Que será iluminación de uno,
e iluminación de todos.

Que será el despertar de uno
y despertar de todos.

Así queridos hermanos e hijos míos,
no deben temer el verse completamente
y deben aprender a perdonarse.

Pero no como aquel que públicamente
pregonaba su arrepentimiento ante sus hermanos,
pero haciendo hincapié
en que dentro de él no había culpa alguna.

¡ No !

Ya sabéis que no existe nada
que pueda llamarse culpa.

En el corazón del hombre,
hay solo caídas…
de las que debe levantarse.

Así queridos míos,
que debéis veros completamente
y debéis amaros completamente,
con vuestros días buenos y vuestros días malos,
con los recuerdos buenos y los recuerdos malos,
perdonando no sólo aquello
que a los ojos de todos mostráis como vuestras culpas,
sino también aquello que sólo ustedes
saben y conocen de sus tiempos y circunstancias.

Así que les imploro que hoy,
os acerquéis a vuestro espejo
y comencéis a retirar una a una
las vestiduras que os ocultan de vosotros mismos.

Y que cada vez que lleguéis
a aquellos ropajes que tienen el dolor,
fruto de la acción ejercida en contra de vosotros,
o de las acciones ejercidas por vosotros contra los demás…
respiréis profundamente
reviviendo la experiencia,
y digáis:

“He aquí que yo expongo este recuerdo
a la luz de mi esencia
y así lo ilumino,
lo limpio de toda emoción que en mi genere,
a la vez que desde el centro de mi ser
perdono o pido perdón
a aquel o aquellos o aquello por lo que fui dañado,
a quien al que dañé o herí.”

Dejen entonces que vuestra mente
finalmente y definitivamente os libere de ese peso
y agradezcan después
la dulce oportunidad que se os ha ofrecido
de evolucionar hacia la luz…
sólo a través del amor incondicional
a vosotros y a todos los demás
y al perdón sin condiciones ni limites.

“Os aseguro que existe un mañana”.

Os aseguro que existe un mañana hermoso,
un mañana de luz y de sueños realizados,
pero para que un sueño pueda realizarse,

¡debéis soñarlo primero!

Y sólo es feliz el sueño,
cuando ese lugar oscuro de nuestro ser interior,
está limpio y vacío.

Recordad una vez más la antigua palabra
que surgió de la boca
del más dulce de los hombres:

“Sea bienaventurado aquel
que a mí ha traído la palabra para recordar
y bienaventurado aquel
que a mi ser ha traído la luz para iluminar”.

Y bienaventurado aquel
que sembró en mi
la semilla de luz y recuerdo
que florece como perdón y amor eternos.

Porque solo aquel
cuyo amor y perdón son eternos,
vivirá la eterna alegría
de sentir el amor y perdón eterno
en presencia del Padre
y en unión perfecta con sus hermanos.

Amen

Los ama eternamente.

Su madre

Miriam

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