«Para el perdón no hay vencedores ni vencidos.
Sólo hermanos… sólo Luz.»

¿Qué tenemos que aprender de todo esto?

Mensaje dirigido por Emmanuel…

Querido Israel:

¡Cuántas dudas alrededor de qué hacer
con todo esto que se te ha encomendado!

Miras a tu alrededor y sabes que tienes que actuar,
que tienes que hacer algo… y a veces no sabes qué hacer.

En ocasiones, ése, tu ímpetu indoblegable,
te hace sentir fuerte y eres entonces
como el fuerte roble que no se quiebra frente a la tormenta.

Otras, eres como el junco del río
al cual el viento dobla… pero no parte.

¿Cuál de los dos es el más fuerte, amado Israel?

Yo te digo que mires al árbol que parte el rayo
y cuyas hojas se pierden en medio de la tormenta.

¡No es su fortaleza escudo que defiende contra el rayo!

Antes, por el contrario, llegado el momento
es esta misma presencia fuerte y arrogante, la que le hace caer
abatido por el rayo y desnudado por la tormenta.

Mientras que el humilde junco, a orillas del río
es presa fácil del viento de la tormenta, humildemente
se doblega ante el inmenso poder del viento…
y después de pasada la misma, se yergue
nuevamente y está listo para proseguir su vida de humildad.

Así, el hombre que piensa de sí que es fuerte,
que piensa de sí que es grande,
que piensa de sí que es importante…
es el primero en caer abatido por la adversidad.

Y ya en el suelo, vuelve sus ojos al cielo y dice:

Yo no me merezco esto.

¿Si soy tan fuerte, por qué entonces la adversidad
se ha abatido sobre mí y no me permite levantarme?

Es este el hombre que ve castigos en las lecciones
y ve odio donde sólo está la necesaria reconvención
de sus actitudes.

Pero aquel que mansamente se rinde ante su misión,
sin oponer resistencia al viento de cambios
que soplan sobre su vida, se doblega ante Él y dice:

En verdad algo debo aprender de todo esto.

¡Luego de que pase la tormenta me levantaré
y diré a los otros…
cuál es la forma de enfrentarla y salir de ella!

Es él, quien mira lecciones y aprendizajes
en cada caída y en cada nuevo embate.

Es él, quien luego de la tormenta
se yergue en plena humildad y dice a su hermano:

Sabes, cuando vino la tormenta creí morir,
pero mi fe en mi misión y en el Amor del Padre,
me sustentó y dio fuerza,
calor en la noche y agua al mediodía,
me preparó amorosamente en medio del vendaval,
para que hoy comparta contigo todo aquello que aprendí
y para escuchar de tus labios
todo aquello que aprendiste,
así juntos quizás
podamos enseñar a los demás y ayudarles.

Debe el hombre dar su mano al hermano…
sin fijarse en el aspecto del hermano.

Si dieras tu mano limpia y él la devuelve sucia,
lávala en el río… y sigue tu camino
sin levantar en ningún momento palabra airada contra él.

Si tiendes tu mano y tu hermano la rechaza,
tiéndela nuevamente… pero si aún así él la rechazara,
entonces bendice la lección que tu hermano te está dando
y pregunta a tu ser:

¿He sido realmente honesto al tender mi mano?

¿Estoy realmente tendiendo mi mano desde el amor?

Porque no hay ser en todo el universo
que pueda rechazar una mano que se tiende desde el amor…

porque el amor es el gran lazo de unión
que convierte a todos los hombres en uno.

Pero has de cuidarte de no herir al hermano
que rechaza tu mano.

Has de cuidarte de levantar en vano, testimonio
de censura contra él y de erigirte su juez, pues no existe
ningún ser cuyo pie esté en la Tierra, que pueda tener el poder,
ni el cometido, ni la misión de juzgar a su hermano.

Pues sólo puede juzgar aquel que sabe que está exento
de cometer el mismo error de su hermano.

Y bien sabes que está en la naturaleza del hombre,
el cometer siempre los mismos errores.

El aprendizaje de vida está sencillamente
en aprender a reconocer tus faltas…

con plena conciencia, a La Luz de tu esencia y decir:

He aquí que en esta parte de mi ser,
aún no brilla La Luz.

Es cuando debes llevar tu lámpara hasta allí,
a la luz de la plena conciencia,
limpiar la impureza que la cubre,
soplar con amorosa fuerza el polvo que la opaca,
llevándola a tu conciencia como camino principal
y volverla poco a poco Luz de tu Luz,
hasta que ya no se diferencie de las demás.

He aquí que es el alma del hombre como un verde
prado donde pacen tranquilamente ovejas y cabras
de diferentes rebaños, sólo un loco pretendería decir
a la oveja qué debe comer y a la cabra qué debe comer.

La oveja y la cabra comerán de lo mismo
y será el mismo alimento sustento de ambas…
y no vendrás tú a decirle a ellas:

¡Cabras, comed de este lado de la montaña,
ovejas vosotras comeréis de este otro lado!…
pues al final del día las verás mezcladas
y paciendo tranquilamente,
para desesperación del que trató de separarlas.

Así, las partes ya limpias del hombre
conviven con aquellas que aún debe limpiar…
no hay forma de separarlas a menos que las aceptes todas
como partes tuyas, te dediques amorosamente
con todo tu ser a reconocerlas y a llenarlas de luz
hasta que sea tu alma después de tan largo camino,
sólo un verde prado que brille bajo una misma Luz.

Entonces dime:

¿Cómo puedes juzgar a tu hermano
por sus partes oscuras,
habiendo aún tantas y tantas dentro de ti?

Es el juicio del hombre arma de dos filos,
que ataca y divide a los hombres de aquel que se cree
con el poder de juzgar y castigar a sus hermanos.

Es como un muro que doquiera que llega,
se interpone entre aquellos que deben ser hermanos.

Es él y no otro el que da raíces al odio,
el que alimenta la separación.

¡Quién es aquel tan libre de mancilla
que puede levantar su dedo y decir!

¡Mirad que este hombre ha hecho mal!

Pues es él, quien el mismo mal reconoce,
que en él está presente.

Has de saber que si censuras la envidia,
es porque la envidia mora en ti.

Si censuras el desprecio,
es porque el desprecio mora en ti.

Si censuras cualquier otra cosa,
es porque ella y no otra mora en ti…
y se enseñorea de ti.

Cuídate entonces de decir:

Por el mal que este hombre me ha hecho
yo le condeno… pues no sólo dañas a tu hermano
con tu soberbia y falta de comprensión,
sino que al mismo tiempo hieres, dañas y aniquilas
la imagen del hermano que mora en ti
y por lo tanto a ti mismo.

Antes bien has de ser tú el primero en decir:

Hermano, perdona en mi ser
la ira que me ha hecho juzgarte,
ven, hablemos,
entre ambos y en plena unión
con el Amor del Padre del cual ambos somos fruto,
limpiemos en mí la herida de la ofensa
y en ti la mano que ofendió.

Una vez hecho esto bendice a tu hermano y parte,
sin considerarte ni más magnánimo ni más grande
que el hermano que acabas de dejar.

Pues dime:

¿Quién de los dos es más grande?

¿Quién de los dos más magnánimo?

Para el perdón no hay vencedores ni vencidos.
Sólo hermanos… sólo Luz.

Así que cuando tu hermano que te ofendió,
se acerque a ti…
no seas tú el que vuelva la espalda
y sacuda las sandalias.

Más bien, si en realidad vives en La Luz
y en el despertar… tiende tu mano desde el amor,
bendice su regreso a tu vida, pues si te aquietas
y dejas tu amor fluir, sabrás que el Padre
lo ha puesto en tu camino para que recibas su perdón
y des tu perdón, para que tu mano airada,
se vuelva mano amorosa
y recibas en ella ese don de amor,
que no es otra cosa el perdón.

Emmanuel.

“La verdad sólo habita en los corazones,
no en los libros, ni en los Templos, ni en las ciudades.”

Emmanuel

Quien es verdaderamente libre, de hecho,
se vuelve un sembrador de liberación…

Eugenio Zonhamir

Cuando mi amigo me hiere,
sólo querría perdonarlo.

José Narosky

Deja un comentario