«Es por eso que a veces es necesario vernos con nuestros propios ojos
y no como nos ven los demás,
para poder reconocernos…
reconocer lo que cada uno ha puesto en nosotros
y lo que hemos ido dejando en los otros.»

Todos somos importantes

Mensaje dirigido por Emmanuel…

Querido Israel:

Quiero que sepas que me ha dolido tanto
esta separación, como a ti.

Ya sé que mis hermanos se han acercado a ti pidiéndote
explicaciones o consejos acerca de cómo llevar sus vidas,
durante este tiempo en que no he estado presente.

Sé que a veces te ha sido fácil responder… pero otras no.

Pero lo cierto Israel es que debía marcharme,
al menos por un tiempo… porque necesitaba como todos
poder ver mi misión con ojos de soledad,
con ojos que no pudieran ser distraídos por nadie más,
para así reconocerme y darle un nombre a mi misión
y poder continuar.

Sabes Israel,
muchas veces sucumbimos a la tentación de pensar que…

¡Somos importantes!

Más importantes que los demás…
más importantes que todo…
escudados detrás de nuestra importancia evitamos ver
con nuestros ojos, aquello que debemos enfrentar,
confrontar, aceptar o rechazar.

Y es que al final Israel, ¡todos somos importantes!

Tan importantes como una montaña, una ciudad,
el Sol o un pajarillo.

A veces es más fácil cerrar los ojos, escondernos
de nosotros mismos para no vernos y en el nombre
de una oscura deidad a la que llamamos yo mismo,
cerramos nuestras puertas y ventanas
para evitar que nada pueda cambiar al yo mismo,
a eso a lo que denominamos nuestro propio ser,
nuestra identidad o personalidad.

Pero, cuando a solas y en silencio tratamos de alcanzar
o tocar a ese yo mismo, nos encontramos
con pedacitos del hermano o del vecino,
de la mujer que lavaba ayer en el río
y del niño que jugaba en la calle esta mañana.

Nos encontramos con un trozo de la sombra de aquel árbol
bajo el cual nos resguardamos del Sol inclemente,
o con un charco de la lluvia de hace dos semanas que nos refrescó
y también nos encontramos con el pedazo
de lo que fuimos hace tres años, hace veinte años
y hace unos minutos.

Entonces comenzamos a temblar… nos aterramos…
y nos preguntamos:

¿Entonces, Quién soy?

Lloramos porque no conseguimos nada o nadie a quien llamar
yo mismo y entonces decimos
como una sentencia… íntima e ineludible…

¡No soy nada!

Esto nos entristece…
y nos hace sentir inferiores.

Pero cuando vemos el cielo estrellado y nos maravillamos
ante los miles de millones de puntos brillantes que titilan
cada uno a su ritmo… no pretendemos aislar una estrella
de las demás, nos sentimos felices
porque vemos estrellas… ¡Estrellas!

Cada una especial y única, con características
que engloban las de las demás, el brillo, el fulgor, el color,
el titilar… de todas las demás, pero unidas en un conjunto
único que como cada sonido del trino de un pájaro
o cada nota de una bella melodía, suena independiente.

Pero sólo tiene sentido si es parte del armonioso conjunto
del que forma parte… porque la nota más melodiosa
es sólo ruido… si no forma parte de una melodía.

Porque cada uno de nosotros es hermoso en sí mismo,
pero sólo cumple su misión
cuando es parte de la misión universal…
sin pretender sonar ni más ni menos
que la misión de los demás.

Es por eso que necesitamos retirarnos al desierto
para poder escuchar nuestra nota.

Para poder reconocer nuestro propio brillo
y nuestro propio fulgor.

Para alimentar nuestra lámpara con el aceite que necesita
y bajar o subir su llama
para adecuarla a La Luz de la que forma parte.

Es por eso que a veces es necesario
vernos con nuestros propios ojos y no como nos ven los demás,
para poder reconocernos…
reconocer lo que cada uno ha puesto en nosotros
y lo que hemos ido dejando en los otros.

A veces es tan difícil reconocer nuestra voz,
en medio de tantas y tantas voces.

A veces es tan difícil reconocer las huellas de nuestras sandalias,
en medio de las huellas del camino polvoriento y transitado.

A veces es necesaria la soledad…
porque al alejarnos de un paisaje que amamos,
es entonces cuando podemos verlo en todo su conjunto,
porque desde alta mar…
¡es que podemos mirar completamente la orilla!

Israel… ¡vuelve al desierto! sólo un tiempo…
sólo el tiempo necesario para que te reconozcas y retornes,
verás entonces que al regresar, la oliva será más verde,
el mar más azul, el viento más suave
y el contacto de los hermanos más hermoso.

Un hermano, un amigo al que amé tiernamente
aún antes de que estos ojos pudieran ver el Sol…
vino a la tierra para anunciar con voz de trueno
y mirada de pájaro la llegada de la Buena Nueva.

Su misión había sido plenamente reconocida y aceptada,
pero era tal su celo, que para poder distinguir
a aquel a quien esperaba… a quien aguardaba y anunciaba…
devolvía cada tarde sus pasos al desierto
y allí en plena soledad, se sumía en el reconocimiento
de sus días y en la quietud de sus noches.

Una noche en plena soledad se halló con una fiera terrible,
en la que reconoció sus temores y su impaciencia, porque
a pesar de haber aceptado su misión… le parecía que era inútil
seguir anunciando aquello que demoraba tanto en llegar.

A su rostro, curtido por el Sol y el viento,
el monstruo acercó su horrible faz
y abrió sus temibles mandíbulas amenazadoras.

Mi amigo temió, pero en ese momento supo
con la claridad del mediodía, que no tenía para donde huir,
pues aunque corriera con todo el poder
que su musculoso y fuerte cuerpo le permitía,
la bestia le alcanzaría y le daría muerte.

Y lloró, pues pensó llegado su momento
sin haber cumplido su misión.

Y renegó de aquella absurda impaciencia y desaliento
que le había invadido, pues gozoso habría vivido muchos días
más para dar fe y testimonio de la pronta llegada
de la Nueva Alianza.

Se puso de rodillas y mirando fijamente a los ojos
al monstruo terrible que le daría muerte, fue reconociendo en ellos
a la incertidumbre, al temor, a la negación,
al desaliento, a la debilidad, a la lástima de él mismo,
a la idea de la superioridad y de la propia importancia…
y al temor de no ser la persona adecuada
para la misión encomendada.

Cerró los ojos en espera del zarpazo final
y al abrirlos comprobó que:

Al reconocer todos y cada uno de los trozos
que componían al monstruo…
éste sencillamente se desvaneció
hacia la noche del miedo de donde había venido.

Al día siguiente volvió al río y con renovada conciencia
de su misión y con la alegría del deber cumplido,
siguió su misión, que fue prontamente coronada
con el portento anunciado.

Y aunque poco tiempo después debió enfrentar
la muerte, la afrontó con la paz del que ha cumplido
su misión de amor, para con él y para con los demás.

Por favor,
recuérdale a los hermanos
que cada misión es importante,
y que sólo al ver a la bestia que os atormenta
bajo el total fulgor de vuestra Luz,
que es sólo parte de La Luz…
sólo entonces el monstruo se irá
al sitio donde los miedos nacen y mueren.

Te quiere siempre,

Emmanuel.

Jamás alzaré una bandera
para llevar El Mensaje.
El Mensaje será la bandera.

Mario Gluzman

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